Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Plaza de toros de Las Ventas.
GANADERÍA: Seis toros de Garcigrande, de aparatosa presentación, con un cinqueño, el segundo de la tarde, y un gran toro, el primero de Robleño.
TOREROS: Morante de La Puebla, de lila y oro, silencio y dos orejas. Fernando Robleño, de grana y oro, silencio y una oreja. Sergio Rodríguez, de blanco y oro que confirmaba la alternativa, silencio tras aviso y palmas.
INCIDENCIAS: Corrida de la Hispanidad en la que se despedía del toreo Fernando Robleño. Cartel de ‘no hay billetes’ en tarde agradable. A la muerte del cuarto toro, Morante se cortaba la coleta en los medios y a la terminación fue clamorosamente sacado en hombros por la puerta grande.
RECIÉN pasadas las siete de la tarde no había pasado absolutamente nada digno de mención. Era el día de Morante en Madrid con su curioso doblete, la expectación se había desbordado, pero la tarde llegaba a su ecuador sin algo digno de mención. El neófito Sergio Rodríguez había estado por encima de su primero, pero nada iba a recordarse. Morante se había estrellado con un toro descastado y Robleño estropeaba con la espada una faena muy decorosa con Chaparrito II. O sea que poco que llevarse al arcano de cada uno.
Pero era su día, Morante tenía mucho que decir y lo dijo. Recibió al colorado Tripulante con una tijerilla rodilla en tierra, siguió por Chicuelo y en un lance a pies juntos sufrió una espeluznante voltereta que lo dejó exánime en la arena. Se temió la tragedia por la forma de caer, parecía mareado, pero se sobrepuso, tomó la muleta y surgió ese torero poderoso y artista, barroco y austero, valiente y maravilloso para hacer que Las Ventas rugiese al conjuro del toreo eterno. Una faena que conjugaba el arte con la épica, la heroicidad con el saber qué es lo que se hace, el toreo con mayúsculas de un genio del toreo, quizá el artista más valiente conocido o el valiente más artista, qué más da. Los redondos lentos, mayestáticos, hasta detrás de la cadera, los recursos bellísimos con los que resolver los apuros, múltiples apuros en que lo metía el garcigrande. Y como remate, una estocada que hubiese firmado el mismísimo Frascuelo.
Hay que ver que no había pasado nada hasta entonces y lo que aún quedaba por pasar. Con Las Ventas entregada sin dejarse nada atrás y tras una solemne vuelta al ruedo, José Antonio se fue los medios y bajo una clamorosa ovación, él solito se quitó la coleta para sumir a la plaza en un estado rayano en la catalepsia. Luego, a la finalización, una multitud se echaba al ruedo para sacar a ese milagro del toreo por la Puerta Grande de Las Ventas. Una multitud en la que se mezclaban edades y hasta oficios, pues más de un torero ejerció de porteador. Así se remataba un Día de la Hispanidad convertido también en Día de Morante porque así son los genios, esos seres a los que Dios les tocó con la varita para hacerlos únicos.
Era el día que confirmaba la alternativa un joven abulense recientemente ganador de la Copa Chenel para novilleros y también el de la despedida de un torero honrado que había sido investido de matador de toros por el propio Morante hace veinticinco años. Y tanto Sergio Rodríguez como Fernando Robleño solventaron con dignidad una tarde en la que no ocurría nada digno de mención hasta la irrupción de un auténtico tsunami. Sergio estuvo por encima de su desabrido lote y Robleño pudo cortarle las dos orejas a Tropical de haber manejado los aceros con más tino. Fue una tarde de brindis, pues si Morante dedicó su lote a dos políticos como Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal, Robleño le brindó su primero a la plaza y a sus hijos el segundo y Rodríguez le dedicó el primero a su padre y el otro a la presidenta madrileña. Fue en el Día de la Hispanidad... y de Morante.
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