Obispos, tricornios y políticos. El sábado del Rocío de este año es el del centenario de la coronación canónica de la Blanca Paloma. Pero también el del 175 aniversario fundacional de la Guardia Civil y el de la presencia de numerosos cargos de la Junta de Andalucía que se han dejado ver en la romería más multitudinaria de cuantas se celebran en el sur de España.
La jornada comienza bien temprano. Con una imagen insólita. La puerta principal del santuario, la de "la concha", permanece cerrada, algo poco habitual en plena romería. El templo vacío y con un suelo limpio de arena.
La estampa se corresponde con los minutos previos a la apertura de la puerta santa, acto con el que se inaugura el Año Jubilar, el segundo en una década. A las 10:44 el obispo de Huelva, José Vilaplana, abre las puertas que atraviesan miles de romeros estos días. A continuación tiene lugar la misa conmemorativa del centenario de la coronación canónica de la Blanca Paloma.
Tal día como, pero de 1919, el cardenal Enrique Almaraz y Santos, arzobispo de Sevilla, colocaba sobre las sienes de la patrona almonteña la corona de oro que el joyero de la catedral hispalense, Ricardo Espinosa de los Monteros, había labrado. La idea lanzada un año antes por el canónigo Muñoz y Pabón se hacía realidad aquel Pentecostés en plena marisma.
Cien años después, un prelado hispalense, monseñor Juan José Asenjo, preside la eucaristía con la que se conmemora este aniversario. Una misa concelebrada por todos los obispos andaluces y en la que el arzobispo de Sevilla recuerda las palabras que pronunció hace un siglo el cardenal Almaraz: "Coloquemos a la Virgen en el centro de nuestras vidas, de nuestros corazones".
Acabado el oficio religioso, los obispos ocupan un lugar privilegiado para contemplar la segunda jornada de presentaciones de hermandades. Acto que siguen desde el balcón situado junto al que en 1993 San Juan Pablo II usó para exclamar la frase que lleva bordada la Blanca Paloma este año en su manto: "¡Que todo el mundo sea rociero!".
Desde allí ven con todo lujo de detalles el desfile de la Guardia Civil con el que comienza la presentación. Una novedad por los 175 años del Instituto Armado, cuyo servicio resulta imprescindible en esta masiva peregrinación.
Abre la comitiva el escuadrón de caballería. A continuación vienen los agentes, aclamados en todo el recorrido. Vítores al cuerpo de seguridad que fundó el Duque de Ahumada en tiempos de Isabel II, cuando los duques de Montpensier (enemigos de la monarca) se dejaban ver por estas tierras marismeñas.
La representación incluye un grupo de tamborileros que interpreta el himno del Benemérito Instituto, que concluye con la conocida exaltación que corea buena parte del respetable: "¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley, viva honrada la Guardia Civil!". Al final del acto se entrega un ramo de flores -depositado a las plantas de la Virgen- y se dona una bandera de España a la Hermandad Matriz de Almonte.
Este sábado de aniversarios es también el día en el que numerosos políticos acuden al santuario de la Blanca Paloma. Muchos de ellos forman parte del Gobierno andaluz, cuyo presidente, Juanma Moreno, ha pasado por el manto de la Virgen la medalla que lleva al cuello. Al inicio de la presentación asisten el vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín; la consejera de Cultura, Patricia del Pozo; y el delegado del Gobierno en Andalucía, Lucrecio Fernández. Tampoco falta la líder de los socialistas andaluces, Susana Díaz, rociera de Triana, hermandad con la que su hijo hace este año su primer camino.
Triana es de nuevo la que aviva los corazones. La que rompe la oficialidad de este sábado. La que trae el cansancio acumulado de los caminos. La de la arena en los rostros de los romeros y en la plata de la carreta. La que viene de Palacio. La que sus peregrinos corean desde lejos: "¡Ya está aquí Triana!". La que provoca la bulla y algún que otro enfado. La que de nuevo está en el Rocío. La que le dice a la Virgen, otra vez, que la quiere. La que, después de un siglo, cumple el deseo de aquel cardenal salmantino. Llevarla siempre en los adentros.
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