Dos años de gobierno en Sevilla y casi todo por hacer

La Caja Negra

El ejecutivo local alcanza la mitad del mandato sin soluciones a los grandes problemas y con la ventaja de un PSOE que sufre los efectos de la bomba racimo de los escándalos que lastran al sanchismo

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Una señal de tráfico abandonada junto a un contenedor de basura
Una señal de tráfico abandonada junto a un contenedor de basura / M. G.

Sevilla es una ciudad arrastrada por los mismos problemas que sufren las principales capitales europeas con vitola de grandes destinos turísticos. En Oviedo, Santander, Soria o Teruel, capitales de provincia con una oferta de patrimonio histórico y hoteles de calidad (Paradores en algunos casos) se puede pasear tal como se hacía en Sevilla antes del boom del turismo. Hace diez años años que pasamos al listado de ciudades lastradas por el turismo masivo y una agenda cargada de acontecimientos en la vía pública. La ciudad de alguna forma se nos ha ido de las manos.

El gobierno local cumple dos años sin que se hayan solucionado alguno de los principales problemas que provoca la era de los excesos. No hemos mejorado, aunque tampoco eran muchas las esperanzas. Hay que admitir que la empresa no es nada fácil. El uso de los espacios públicos de la ciudad se ha disparado y nos ha cogido con las estructuras pequeñas, sin renovar y en algunos casos desfasadas (Urbanismo, la Policía Local, Lipasam, etcétera). Mantenemos unas plantillas de profesionales para una ciudad que ya no existe, que ha cambiado sustancialmente en solo una década. Carecemos de protocolos especiales para grandes acontecimientos que se supone que contribuyen a fortalecer la marca de la ciudad, pero que lastran en muchos casos las zonas monumentales. Nos hemos acostumbrado al debate sobre las horas extras de la Policía Local, cuando debía ser un asunto zanjado hace tiempo. Asumimos como normal que solo haya un inspector por las tardes para vigilar la legalidad de las terrazas de veladores. Cuesta un mundo cualquier cambio en la Gerencia de Urbanismo, en otros tiempos el todopoderoso organismo autónomo municipal. Hemos digerido como las cucharadas de aceite de ricino el destrozo de la Avenida de la Palmera, la multiplicación de los apartamentos turísticos o que Zaragoza nos haya superado en población.

La limpieza sigue siendo un problema mayúsculo porque, de nuevo, la ciudad no cuenta con las estructuras suficientes para una demanda disparada. Y no se pueden negar ni los esfuerzos del gobierno ni que no reconozca el problema. Pero seguimos soportando focos diarios de suciedad a todas horas en pleno centro histórico, la zona noble de la ciudad. Con demasiada frecuencia nos topamos con evidentes señales de abandono. Una ciudad que vive en un continuo exceso debería tener ya un programa de medidas eficaces para al menos paliar determinados efectos. ¿No ser podría hacer nada, por ejemplo, para proteger los comercios con sello propio? Distintivos de calidad, incentivos fiscales, etcétera.

Quizás cabría exigirle al gobierno que cerrara el capítulo de las ocurrencias por el bien de la ciudad y por la imagen de seriedad que se espera de los gobernantes. Hemos soportado varias veces la apertura de debates improductivos que en algunos casos han alcanzado eco nacional. Una ocurrencia es difundir una iniciativa que se da por hecha a sabiendas de que el Ayuntamiento carece de competencias o de los apoyos políticos necesarios. Ejemplos ha habido como anunciar el cobro de la visita turística de la Plaza de España. Siguieron la alusión a la tasa cofradiera ante el evidente exceso de procesiones, la implantación de una tasa general para eventos o la ampliación de la Feria (anunciada hasta con plazos) en unos terrenos para los que hace falta una compleja operación con el Estado. Quizás funcionara electoralmente en su día la idea del teleférico de Tomares para conectar el municipio con la capital, pero determinadas iniciativas en la capital generan ruido y otros efectos indeseados. La carta en catalán enviada al ministro Óscar Puente para reivindicar infraestructuras ha sido otra ocurrencia que no contribuye a ofrecer una imagen seria. Pero doctores tiene la política municipal. Tal vez se busque precisamente la confrontación con el Gobierno de España para justificar una inacción motivada por la falta de apoyo de algunos Ministerios (que otras capitales gobernadas por el PP sí han tenido), de presupuesto (hemos estado demasiado tiempo sin cuentas municipales aprobadas) o de votos en el Pleno (nunca se olvide que el PP gobierna en minoría).

El gobierno ha recuperado el cuerpo de serenos, una buena iniciativa que ideó y ejecutó. Y pudo hacerlo por la sencilla razón de que sí tiene las competencias para ello. Así de simple. En cualquier caso, todo indica que el gobierno fía todo al resultado de determinadas obras y reformas que deben cristalizar en el último tramo de mandato. Será entonces cuando deba recoger los frutos de reurbanizaciones como la de la Plaza Nueva. Nada mejor para un Ayuntamiento que tener un símbolo con el que representar una gestión positiva. Y, por supuesto, no se debe olvidar el contexto en el que el PP gobierna la ciudad:el sanchismo es el mejor aliado por muchos motivos. Los socialistas se enfrentan con un grave problema de imagen, Sánchez y todo su entorno de frentes judiciales es una auténtica bomba racimo que hace muy difícil organizar un discurso de oposición. El sanchismo, además, ha normalizado ciertos usos y prácticas. La bajada del nivel de exigencia a la que asistimos en la política nacional beneficia a toda la clase política. No está el PSOE en condiciones de recuperar la Alcaldía, no soplan vientos de cambio. Mientras Sánchez siga en la Moncloa, todo alcalde del PP tiene muy elevadas opciones de repetir en el cargo y fortalecerse a poco que no se equivoque.

Ni el alto número de cambios que se han sucedido en el organigrama municipal por un motivo u otro, ni las polémicas sonadas (el festival de cine, el inexplicable encorsetamiento de la Semana Santa, los sobresueldos, la duración de la Feria...) socavan ahora mismo un ejecutivo de perfil bajo, plano y que llegó al gobierno por el voto antisanchista y se mantiene por el mismo motivo. Si a eso se suma una indolencia que podría formar parte de la heráldica de la ciudad, nada presagia un cambio. Nunca ha sido tan rentable en Sevilla quedarse quieto.

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