La juventud que regresa cada vez que suenan los Pecos
Pecos | Crítica
El dúo madrileño celebró sus 45 años de trayectoria en el Cabaret Fest con un repertorio convertido en herencia sentimental de varias generaciones
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A ver, señores que ya estáis próximos a la edad de jubilación. Que levante la mano el que haya hecho la mili con el rubio o el moreno de los Pecos, o conozca a alguien que la haya hecho… veo levantadas un montón de manos de mentirosos y engañados por amigos que han hecho propia una de las leyendas urbanas más difundidas de nuestro país. Y el caso es que todavía sigue vigente, porque el martes, cuando me propusieron esta crónica estaba yo en una charla de sobremesa en Jerez y al comentarlo, uno de los presentes, persona seria y cabal, célebre en el ámbito del flamenco de esa ciudad, me dijo: “¿sabes que yo hice la mili con el moreno de los Pecos?”. Me eché a reír por lo bajini. Yo mismo, por cierto, hice la mili en Madrid en 1980, cuando a ellos les tocaba también, y no coincidí con ninguno ni en el CIR de Colmenar Viejo, ni en el cuartel de automovilismo de Canillejas… aunque es posible que incluso yo también haya dicho que sí en alguna ocasión.
Anoche, el Centro Hípico de Mairena del Aljarafe se convirtió en un escenario de recuerdos y emociones con el regreso de Pedro y Javier Herrero, estos inconfundibles Pecos —PE de Pedro, CO de FrancisCo Javier, y S plural—, que trajeron al Cabaret Fest su gira Dos voces y una historia, con la que celebran 45 años de canciones que han marcado a varias generaciones. Y el público respondió con tanto entusiasmo que hoy tienen que repetir de nuevo; miles de fans llenaban gradas y pista, todos sentados, algunas con camisetas que recordaban los primeros años del dúo y miradas expectantes, conscientes de que estaban a punto de revivir un fenómeno que, aunque surgido hace más de cuatro décadas, se ve que sigue tan vivo como entonces.
El concierto arrancó con un repaso de clásicos de finales de los 70 y los 80, con Romey DJ preparando al público mientras se cerraba la noche sobre el Aljarafe. Cuando finalmente Pedro y Javier aparecieron, el rugido de la gente llenó el auditorio de gritos y palmas que atravesaban el aire del anochecer, ya bastante oscuro, algo pasadas las diez menos cuarto. La puesta en escena era imponente, con una pantalla curva gigante que proyectaba imágenes de archivo, con unos Pecos con melena y mirada tímida que asomaban en Aplauso, mientras un juego de luces estratégicas acompañaba cada acorde. Una banda de seis músicos, con dos guitarras, José Luis Chueca y David Pedragosa; dos teclados, David Pérez y el gaditano Pepe Rodríguez; al bajo Juanma Gómez, completando la sección rítmica David Gnomo Sierra, uno de los baterías más funkies del país, aportaban fuerza y matices, alternando punteos y poderosa instrumentación eléctrica con momentos acústicos que convertían lo íntimo en comunión colectiva. Además tres coristas, de los que no recuerdo el nombre porque Pedro los presentó cuando yo estaba en la barra recargando cerveza -lo siento por ustedes y por ellos-, completaban la escena.
Desde la primera canción, Déjala, el ambiente se transportó a los años 80. Fue como abrir un álbum de fotos amarillentas y descubrir que todo seguía fresco, intacto, en la memoria de miles de personas. Le siguieron De espuma, de arena y sal, Por un segundo, Y decir que te quiero, con la que todo el recinto pareció declararse, no a una persona concreta, sino a la propia juventud perdida y reencontrada en el estribillo. Con Canción para Pilar, original de Victor Manuel, tuvimos un momento de pura delicadeza en el que los Pecos la convirtieron en un susurro compartido, como si cada verso bajara a sentarse al lado de cada espectador para cantarle al oído. Para escucharla bajito se sentaron con nosotros también todas las estrellas del Aljarafe, iluminadas por el resplandor invisible que encendió la interpretación de Luna. Después Olvidarte mezcló melancolía y fuerza. Y todas ellas desataron gritos, abrazos y manos al corazón. Pedro, con una naturalidad que mezclaba humildad y experiencia, invitó al público a saltar, cantar y bailar, mientras Javier entregaba cada nota con una emoción palpable. Entre canción y canción, los hermanos compartieron historias de cómo comenzaron a componer con apenas 12 años, incluso para artistas de renombre, más allá de las que tantísima fama les dieron a ellos. Todos hemos cambiado desde aquellos años, pero la ilusión sigue sin arrugas.
Los momentos acústicos se intercalaron con cimas de energía. En Que no lastimen a tu corazón, los móviles cambiaron masivamente de modo grabación a modo linterna para iluminarlo todo como un cielo compartido, y la canción sonó como una súplica colectiva contra todas las decepciones que cada cual traía consigo. En Háblame de ti, todo fue ondear de brazos, mientras se cantaba y se filmaba con esos mismos móviles; una canción que sigue siendo un puente indestructible, que lo cantaron igual las abuelas con la voz rota que las nietas con la voz por estrenar. Hubo recuerdos emocionados con Juany, complicidad en Y te vas, ambas enlazadas, y ahí el público entendió que también en el adiós hay una forma de ternura. Oleadas de nostalgia con Recuerdos y estallidos de alegría con Mi mundo, la que levantó definitivamente a todos de sus sillas; pocas veces un título tan simple resume tanto, la vida entera cabe en esa canción. La solemnidad de Y voló y la ternura de Madre dieron paso a la intensidad de Esperanzas, en la que me encontré también cantando con todos porque, para mi extrañeza, hasta yo me la sabía; la evocadora Si tú los vieras, la indispensable Guitarra, superando el miedo de las gotas insistentes que comenzaron a caer y un sorprendente Señor, que en directo sonó casi a himno de estadio.
La noche alcanzó su punto álgido en los bises con Acordes y un popurrí final que resumió lo mejor de su repertorio, una ráfaga de memoria musical que fue coreada a pleno pulmón por varias generaciones a la vez; hijas, madres, abuelas y nietas compartiendo versos de la misma canción. La emoción colectiva se desbordó, mientras la banda cerraba con arreglos que combinaban fuerza eléctrica y refinamiento musical. Y como si el tiempo se hubiera detenido, el público, entregado, pedía más al grito de ¡Pecos, Pecos, Pecos!, aplaudiendo hasta doler las manos. El amago de lluvia había parado hacía un rato para no aguarnos la fiesta.
Sevilla vivió así un espectáculo donde profesionalidad, cercanía y emoción se mezclaron con la propia calidez local. Una noche en la que se volvió a demostrar que Pecos no son solo un grupo de recuerdos encerrados en un radiocasete; son, 45 años después, un espejo en el que reconocerse, un repertorio que sigue latiendo y una historia que aún se canta a coro. Porque sus canciones, lejos de la vitrina de la nostalgia, se han convertido en una herencia sentimental compartida. Y ayer, en Mairena del Aljarafe, lo volvieron a dejar claro. Dos voces, sí, pero miles de gargantas acompañando a un repertorio que ha vencido al calendario.
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