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La profunda carga sinestésica de la Semana Santa hispalense hace depender de mil factores la impresión que obtenemos de las escenas contempladas en estos días pasionales. La posibilidad de sorprender, como dijo el Pregonero, el detalle de algún "paso" determinado por algún determinado lugar y en un determinado momento, cabría añadir, contribuye a renovar la ilusión anual ante el encuentro con los cortejos procesionales. Por ello, causa expectación este nuevo Martes Santo -experimental a la postre según la adjetivación amortiguadora del Consejo, tras lo que aparenta ser un trágala a la institución-, que dejará grabadas en las retinas imágenes diferentes y en la memoria, recuerdos imborrables.

La reflexión, empero, quedaría cómodamente incompleta si no se detuviera en el proceso que nos ha conducido a este Martes Santo a contra estilo. Sin duda la buena fe ha presidido las actuaciones de todos. Posiblemente la iniciativa obtenga éxito, los horarios se cumplan, el público disfrute y todos se feliciten por el resultado de esta jornada. No otra cosa cabe esperar, puesto que todo se ha preparado con esmero. Lo que no impide que algo se haya roto en el modo cofradiero de hacer las cosas, si es que tal modo existe o si es que queda memoria alguna de él. No es tanto el hecho de empezar por el final, decisión a la que sólo se pueden oponer argumentos de conveniencia por convincentes que éstos sean. Es la propia circunstancia de que un grupo de cofradías cierren una solución que afecte al conjunto de las hermandades. El sentido común exige que un asunto trascendente que afecta a todos, por todos deba ser resuelto, al margen de cualquier interpretación técnica sobre las competencias de cada órgano. No se trataba aquí de un cambio de horario o de itinerario que las hermandades de un día acordasen para su mejor acomodo sino de la manera en que se presentan las cofradías a la ciudad. Tenía que haberse pronunciado el pleno. La junta de sección no debió aprobar la propuesta. No así. Se ha perdido una parte de la necesaria autoridad del Consejo.

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