De la elegancia de Roger Federer a la competitividad de Rafael Nadal. En ese duelo por la historia entre el helvético y el español se infiltró hace tiempo un serbio llamado Novak Djokovic, que ha ido dejando atrás sus rabietas de niño malo para convertirse en el rey del tenis. La exhibición que ha ofrecido en este Roland Garros, con remontadas excepcionales como la de la final ante Stéfanos Tsitsipás, lo consolidan como el tenista más completo de la historia, y sólo se queda a un Grand Slam de esa cima que marcan por ahora Federer y Nadal.

Si la hierba de Wimbledon es el jardín del suizo, ganador en doce ocasiones del torneo inglés, o la arcilla de Roland Garros es el patio del balear, 13 veces campeón en París, Djokovic ha ido mejorando su tenis en todas las superficies. Es el único tenista que suma al menos seis finales en cada una de ellas, una proeza difícil de emular, y con su segunda Copa de los Mosqueteros, el serbio eleva su dimensión que ya era inmensa con 9 Open de Australia, 5 Wimbledon y 3 US Open.

El duelo en semifinales ante Nadal, casi una final anticipada, mostró la fortaleza mental y tenística de Djokovic, que superó en una épica batalla al mejor de siempre sobre la arcilla parisina, que lo había vapuleado apenas ocho meses antes sobre el mismo escenario; su remontada en la final ante Tsitsipás enseña que hasta los más privilegiados de la Next Gen como el griego todavía necesitan escalar para colocarse a la altura de los más grandes.

Con la seguridad de que Nadal tratará de restañar sus heridas en futuras comparecencias, la batalla por el cetro de la historia incluye a Djokovic como máximo favorito. A sus 34 años, el serbio ha atemperado ese carácter que le llegó a jugar malas pasadas e incluso sus críticos más acérrimos se ponen ahora en pie para admirar a un tenista que ha dado un salto cualitativo con su segunda victoria en la tierra de París.