Análisis

Tacho Rufino

El español quiere casa, como siempre

El miedo a Sucesiones de herederos de víctimas del Covid, el tapón del confinamiento y Madrid estimulan el interés por las casasEl sector inmobiliario parece que deja atrás la pandemia y está creciendo como nunca

Es matemático que los porcentajes de crecimiento desde una situación deprimida de la economía, y de la mano de la vacunación masiva y redentora, no pueden sino subir. No sólo en el empleo, dulcificado por el mantenimiento de los ERTE y su correlativo gasto público. Igual sucederá con las cifras del PIB. Hay un indicador sintomático: el renacer del mercado inmobiliario; en concreto, la compra y venta de pisos y casas para vivienda propia o para inversión. El ladrillo sigue siendo una forma de ahorro básica de los particulares, llamados en economía familias, aunque quien se compre el apartamento sea un single sin ninguna vocación de tener hijos. Sucede así con especial pasión con el español medio, que, aunque va migrando al alquiler y su libertad de hipotecas y cambios eventuales de domicilio, "quiere casa". La presión demográfica de las nuevas cohortes de población con capacidad de empeñarse y pagar es un factor fundamental para ese mercado, y la confianza es otro: la economía se alimenta de expectativas. El de la vivienda ofrece, aún y como siempre, mayor seguridad que otros más erráticos y lejanos para el ahorrador de a pie como la Bolsa. Las constructoras no han sufrido tanto la crisis, y enfocando a autónomos dedicados a las reformas, su carga de trabajo actual es casi plena, también porque muchos competidores de este sector han desaparecido: prueben a pedir presupuesto y plazo para reformar un cuarto de baño. Sucede en toda Europa en estos momentos. Con mayor intensidad que la media comunitaria, en España: la compraventa de viviendas arroja máximos históricos por el llamado efecto confinamiento. Durante el encierro que se decretó en marzo de 2020, la parálisis del sector fue casi total. Por el contrario, ese mercado creció entre entonces y el pasado marzo del año corriente a una tasa interanual -un año corrido, no de diciembre a enero- un fabuloso 32,4%, cifra desconocida desde que estos asuntos se computan en las estadísticas del INE. Casi 43.000 viviendas vendidas. Los precios no bajaron en el bajonazo pandémico -no hubo demanda- ni van a bajar. Al contrario.

Hay dos factores significativos en este contexto de convulsión y picos de sierra abruptos como ha habido pocas veces antes, aparte de la demográfica necesidad de tener un techo donde vivir -y repito, ahorrar- de las nuevas generaciones. Primero, que se han puesto a la venta grandes cantidades de propiedades que han sido heredadas, lo cual se explica en buena medida por la mortandad natural y por el Covid fatal de muchos mayores, y la voluntad natural de los herederos de hacer caja, pero también por la amenaza de que el impuesto de Sucesiones vuelva a cobrar relevancia presupuestaria ante la presión de la Europa provisora de flotadores y el temible desajuste de las cuentas públicas. El segundo es la capacidad de arrastre de Madrid, donde, nos guste más o menos, se cuecen las habas que después se cocerán a nivel regional y provincial. La capital marca tendencia, y ya veremos si lo hace en la política o en el liderazgo de una mujer como Ayuso en un partido, el PP, que no puede sino mejorar electoralmente. Ese es otro cantar. Pero el sector inmobiliario ha descontado totalmente esta pandemia, y con brío. El interés por tener una vivienda en propiedad no decae: sigue igual que siempre, y ahora las compuertas de la oferta y la demanda, y las del crédito deseablemente, se abren con voluptuosidad. Cuando hablábamos, con inmensa teorización y optimismo, del cambio de modelo económico, deseamos llevar al matadero a la construcción de viviendas, por ser un sector de bajo valor añadido y demás. Pero sigue siendo una vaca que ordeñar para tirar para adelante. Una vaca vieja, pero viva y en edad de producir. What else?

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