Al personal le importan un comino los apercibimientos de la junta electoral, los componentes de las candidaturas, las medidas incluidas en los programas electorales, vulgo promesas, y los mítines que convocan todos y cada uno de los partidos. No nos creemos a nadie. La mentira está cada día más amortizada en política. No vivimos ya el tiempo de la ilusión que caracterizaba aquellas primeras elecciones de la democracia. Estamos pasados de rosca porque nos han obligado a estarlo. Resulta estúpido oír algunos discursos porque son flagrantes mentiras. Los debates aportan poco o nada, acaso el morbo de que alguien meta la pata. Es decir, el interés se valora con un enfoque negativo. Ya no cuelan las exhibiciones de gráficos, ni acercarse a la mesa del rival a dejarle un libro. El márquetin electoral es directamente una exageración, una llamada de atención superlativa, una mentira maquillada que asumimos con la mayor naturalidad. ¿Por qué Ayuso triunfa? Porque está llevando al extremo ciertas verdades en una aproximación a lo que muchos llaman populismo que no tiene otro objetivo que hacer suyos los posibles votantes de Vox. ¿Cuánto dura ese efecto? Ese es su riesgo. ¿Por qué de momento le va bien? Porque no ha cambiado de línea de discurso. Es coherente consigo misma, distinto es que nos gusten más, menos o nada sus valoraciones. No hay ya conejos que sacar de la chistera, no valen los volantazos a una semana de las elecciones. El pescado está vendido salvo sorpresas. No hay ya pargo a la sal que colocar a esos clientes (ingenuos, pasivos o indolentes) que son siempre los votantes. El electorado no se sorprende ya de ningún posible escándalo. Si los alcaldes hacen el indio bailando para Tik Tok, podemos esperarnos lo peor. La estulticia no conoce límites en campaña electoral. En el fondo no nos respetan. Saben que somos menores de edad.

Elaboración de un guiso de pescado.

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