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Análisis

Joaquín Aurioles

Universidad de Málaga

Las recetas económicas contra el coronavirus

Todo dependerá de lo que se tarde en controlar la epidemia y de la evolución de los contagios, lo que define el peor escenario imaginable para la valoración de riesgos y decisiones de inversión.

Dos agentes de bolsa de Wall Street miran preocupados la evolución de los indicadores por el coronavirus.

Dos agentes de bolsa de Wall Street miran preocupados la evolución de los indicadores por el coronavirus. / Justin Lane / Efe

Hasta la aparición del coronavirus, el Brexit y las guerras comerciales dominaban el panorama económico mundial. Siguen estando ahí y con el mismo tipo de influencia que hace unos meses, pero su capacidad para decidir sobre los derroteros de la economía internacional parece haber quedado repentinamente disminuida ante el inaudito desconcierto provocado por la enfermedad. La proyección del diagnóstico sanitario al ámbito de la economía se resume en que todo dependerá de lo que se tarde en controlar la epidemia y de la evolución de los contagios, lo que define el peor escenario imaginable para la valoración de riesgos y decisiones de inversión. La economía mundial se encuentra, por tanto, en una situación de stand by, a la espera de que se despeje el horizonte de amenazas e incertidumbres que impiden a los agentes formar sus expectativas.

Pero si a las tensiones provocadas por el Brexit y las guerras comerciales se les puede poner cara, es decir, que están ahí por expreso deseo de sus responsables, en el caso del coronavirus la situación es de absoluto desconcierto. Autoridades e instituciones se esfuerzan por mantenerse en el inestable equilibrio que permite el escaso margen de maniobra existente entre la precaución y la prudencia. Observan como se cancelan eventos como el Mobile y los viajes de estudio, tan frecuentes en esta época, pero también se decide que partidos de fútbol y baloncesto se celebren a puerta cerrada.

Puesto que el problema es el elevado riesgo de contagio en aglomeraciones, el celo preventivo lleva a solicitar la ampliación del espectro de cancelaciones, incluyendo manifestaciones como las del Día Internacional de la Mujer, las Fallas o las procesiones de Semana Santa y hasta la suspensión de las actividades docentes ordinarias y evitar el transporte público. Incluso eventos como las olimpiadas o el campeonato europeo de selecciones de futbol están formalmente cuestionados, a pesar de su lejanía en el tiempo, puesto que, si el perfil de la epidemia se asemeja al de la gripe común, debería estar controlada antes del verano.

En todo caso, es evidente que la cada vez más extendida recomendación de permanecer en casa convierte al turismo y al conjunto de sus actividades satélite, como el transporte o la cultura, en víctimas propiciatorias y, con ello, a las economías que más dependen del mismo, como son los casos de la española y la andaluza.

Existe, por tanto, un claro componente de demanda en esta crisis, ante el que los bancos centrales no han tardado en reaccionar. La Reserva Federal norteamericana fue la primera en reducir en medio punto el tipo de interés y la respuesta del resto de los bancos centrales ha sido la de respaldar la iniciativa, así como del conjunto del G-7. Estamos aquí para lo que haga falta, parecen querer decir, y lo recomendable en este momento es aprovechar los indiscutibles efectos analgésicos del dinero para que el dolor sea más soportable. Los mercados, sin embargo, han debido entender otra cosa y su negativa reacción inmediata a la iniciativa del banco central norteamericano sugiere que lo que han interpretado es que no estamos seguros de los que se nos viene encima, pero sabemos que es malo y puede ser bastante peor.

En cualquier caso, la coincidencia en torno a la conveniencia de suavizar las restricciones monetarias y fiscales supone un reto de importantes dimensiones para la Unión Europea. Por un lado, porque podría suponer la relajación temporal del estricto protocolo de estabilidad presupuestaria. Por otro, porque una vez agotado el margen de maniobra de las políticas monetarias convencionales por parte del BCE, solo cabe adentrarse por el tempestuoso terreno de los tipos de interés negativos y de las políticas no convencionales. Esto no quiere decir que el helicóptero del dinero esté próximo a despegar, pero podría intensificarse el programa de compra de deuda corporativa y pública en el mercado secundario e incluso considerar la posibilidad de hacerlo en el primario.

Pero el turismo no es el único damnificado. El tremendo impacto de la crisis en China ha provocado la ruptura de la cadena de suministros en la industria. Muchas empresas aprovechan para experimentar con el teletrabajo e invitan a sus empleados a trabajar desde casa, pero en otros casos se han visto forzados a la suspensión momentánea de sus actividades. Puede que se trate solo de una reacción temporal, pero no habría que descartar que si muchas rutinas han de cambiarse mientras dure la crisis, algunos cambios se planteen con carácter más duradero, si con ello se garantiza la reducción de riesgos futuros.

Estamos ante un caso de manual de reacción frente a una perturbación de carácter externo, de las que normalmente traen aparejadas cambios estructurales y organizativos que, en este caso, bien podrían terminar afectando a la propia concepción global de la economía. Podría estar en juego el papel central que hasta este momento ha tenido China, no sólo en ámbito de la producción (la segunda mayor economía), sino también en el del comercio (el mayor superávit corriente del planeta) y en el financiero (el mayor volumen de ahorro y reservas acumuladas).

Esta perspectiva también nos indica que en esta crisis existe otra dimensión de oferta, todavía más relevante que la de demanda, lo que significa hay que pensar en otras recetas diferentes a las políticas de demanda (fiscal y monetaria), por muy poco convencionales que pretendan. La enseñanza que hay que extraer de esta crisis es que, aunque su origen es estrictamente sanitario, permite apreciar debilidades organizativas en la economía global que la hacen extremadamente vulnerable a las perturbaciones y que convendría corregir con programas que ayuden a diversificar los riesgos. Los estímulos monetarios pueden ser bienvenidos por sus efectos paliativos, pero inyectar liquidez donde ya existe en abundancia, difícilmente ayudará a resolver el problema de fondo, mientras que habría considerar que, en la mayoría de los casos, los excesos siempre se terminan pagando.

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