La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Nos libramos de pasar vergüenza
Las relaciones de los padres e hijos pasan por distintas etapas, al igual que ocurre con las parejas, todas son diferentes, pero cuentan con factores comunes. Uno de los momentos más complicados es cuando los hijos abandonan el hogar familiar. Este cambio suele generar una mezcla de emociones para ambos. A este conjunto de sentimientos encontrados se le conoce como síndrome del nido vacío.
Se refiere al conjunto de reacciones emocionales que los padres pueden experimentar cuando los hijos se independizan. Según los psicólogos, se trata de un fenómeno ligado al ciclo vital de la familia, que suele coincidir con otros cambios: la llegada de la mediana edad, el climaterio o la jubilación. No se trata de un diagnóstico clínico en sí mismo, pero sí puede desencadenar estados de tristeza profunda, ansiedad o sentimientos de pérdida de propósito.
Los padres suelen describir esta etapa como una sensación de vacío literal en casa. El silencio reemplaza el bullicio cotidiano, y actividades rutinarias como preparar la comida o esperar a los hijos en la noche pierden su sentido. Los psicólogos señalan que este cambio puede vivirse como un duelo simbólico. De hecho, muchos progenitores lo asocian a una pérdida de identidad.
Igualmente, no todos los padres viven el nido vacío de forma negativa. Esta etapa también puede ser liberadora: ofrece la oportunidad de retomar proyectos personales, fortalecer la relación de pareja y redescubrir aficiones. Para muchos, representa un renacimiento más que una pérdida.
Aunque tradicionalmente se ha puesto el foco en los padres, los hijos también atraviesan un proceso emocional complejo al dejar el hogar. Algunos psicólogos explican que los jóvenes experimentan una mezcla de ilusión y temor: ilusión por la libertad, la independencia y los nuevos proyectos; y miedo por la incertidumbre, las responsabilidades económicas y la soledad. A la vez, esta etapa marca el inicio de la consolidación de la identidad adulta. Implica aprender a equilibrar la intimidad y la independencia. Al dejar el nido, los hijos ponen en práctica esa búsqueda de autonomía que resulta esencial para su crecimiento.
Los hijos, aunque disfruten de su nueva libertad, suelen mantener un lazo fuerte con sus padres. El reto está en redefinir esa relación, pasando de una dinámica de dependencia a otra de acompañamiento y apoyo mutuo.
No todos los padres ni todos los hijos viven esta etapa con la misma intensidad. Los psicólogos señalan que algunos factores pueden hacer la transición más difícil:
Para los padres
Para los hijos
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