"Esto es que ha sido así de toda la vida..."
Opinión
La Semana Santa necesariamente ha evolucionado y se ha adaptado a los tiempos, muy a pesar incluso de "ella misma"
El mantra del "toda la vida" en ocasiones ha limitado la reinvención de la fiesta
Un buen amigo mío escribió hace ya tiempo, en su perfil de redes sociales por desgracia inactivo, una reflexión desternillante sobre la Semana Santa y la preocupación que suscita entre los cofrades: "Seguro que en el siglo XVI ya había tres señores sentados en sillitas en la Cruz del Campo comentando y opinando: 'esto ya no es lo que era'..."
Al fin y al cabo, el cofrade, nosotros mismos, otorga una superlativa trascendencia a cuestiones que a veces, en el plano civil mayoritario, apenas tiene consecuencias porque se limitan a un microcosmos reducido y muy localista. Sin embargo, de manera indefectible, la Semana Santa ha estado siempre ligada a la historia de la ciudad: la ha vertebrado social, económica y políticamente, y siempre los poderes instituidos han intentado controlarla como herramienta de supervisión del pueblo.
Por fortuna, la Semana Santa ha evolucionado muy a su propio pesar, incluso, o al pesar de núcleos cofradieros que, escudados en el dogma del "toda la vida", han entorpecido o cercado la adaptación natural de la fiesta a sus necesidades. Existen ritos en el mundo de las cofradías, por supuesto (quizás los más esenciales y elementales), que se han mantenido durante siglos por ser así "de toda la vida": el día a día de las hermandades, sus gestiones internas, la organización y la logística, el culto, la formación, la relación directa con sus hermanos...
En cambio otros asuntos, los denominaremos "estéticos" o "visuales" -pero que decididamente configuran un modo de ser y de estar- necesariamente se han transformado a lo largo de los tiempos para dotar a la fiesta del esplendor, que no masificación, que hoy atraviesa. El "de toda la vida" no es de toda la vida, es de toda la vida de quien lo promulga y pregona. Seguro que algún cofrade, en el siglo XVII, rehusó de pleno la inclusión de pasos procesionales e imágenes tras el Concilio de Trento porque eso no había sido así "de toda la vida", porque los cortejos estaban conformados solo por una decena de hermanos y un sacerdote que portaba un crucifijo.
Seguro que algún cofrade rechazó el hecho de hacer estación de penitencia a la Catedral en 1604 tras las disposiciones de Niño de Guevara porque, como es sabido, "de toda la vida íbamos a la Cruz del Campo o al Convento de San Agustín". Apostamos que ciertos sectores rechazaban la eliminación de los flagelantes en el siglo XVIII "porque de toda la vida los cofrades se azotaban por las calles dejando un reguero de sangre y heridas". No nos cabe duda que, puntualmente, se rechazó que Rodríguez Ojeda visitera con medias rosas a los armaos porque "de toda la vida el color de la Macarena era el negro: los nazarenos, el palio... ¿Verde? ¡Ni en broma!", o porque Antonio Amián le colocara tiaras y joyas a la Piedad de Santa Marina.
Y de pleno aseveramos que hubo quien puso el grito en el cielo cuando un tal López Farfán introdujo cornetas en las marchas procesionales o Castillo Lastrucci dispuso auténticas escenografías impactantes en torno a sus pasos de misterio. Proyectos patrimoniales prometedores, como el Cirineo de Pasión o las manos entrelazadas de la Virgen de las Aguas, quedaron en saco roto por temor a cambiar la concepción de "toda la vida". Y no es demagogia: por supuesto y por encima de todo está la soberanía de los hermanos en los cabildos porque es absolutamente sagrada.
Pero si todo fuera como ha sido "toda la vida" continuaríamos yendo, como decía mi buen amigo, a la Cruz del Campo con sogas a la cintura, nos daríamos de ciriazos con la cofradía vecina -tampoco hay que remontarse a los grabados o al blanco y negro- y nada de lo que hoy conocemos existiría. No es de toda la vida; es de toda tu vida.
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