URGENTE
Muere un peatón atropellado en una salida de Sevilla hacia el Aljarafe

Cuando lloran los clarines del Rocío

Coronación

La Virgen del Rocío aguarda en la Catedral el momento trascendental de su coronación

El traslado al templo metropolitano estuvo cargado de detalles y simbolismos

La Virgen de la Victoria recibirá culto en la cripta de la parroquia de Los Remedios durante el verano

This browser does not support the video element.

Traslado de la Virgen del Rocío de Sevilla a la Catedral en las vísperas de su coronación / José Ángel García

Entonces, en la Plaza de San Francisco, un silencio con entidad y con cuerpo, casi palpable, se abalanzó sobre todos los que allí esperaban. Era un silencio que traspasaba lo tácito y lo protocolario, lo diplomático y la propia costumbre; era un silencio como con unidades de medida claramente diferenciadas. Debió ser como el silencio que se apodera del campo y de los trigales en esas amanecidas de mayo, o el silencio de cuando capas blancas y antifaces morados de San Román vienen derribando la madrugada para pintar el día con sus abanicos de tela. Era ese silencio de las cosas trascendentales, de las miradas que no se entrecruzan para no perder un instante de algo especial, probablemente irrecuperable, exigiéndole a la memoria y a la retina un esfuerzo añadido para no olvidarlo.

En el lamento de aquella trompeta, que duró apenas unos segundos, se concentró el silencio de tantas y tantas personas que regresaron, desde donde quiera que estén, a la primera fila que les corresponde por derecho propio en esta vida terrena, en este espacio carnal donde aún hacemos hueco a los abrazos que nos faltan. No era solo por el añorado Paquito; aquellos clarines lloraban por tantos y tantos nombres que, gozosos y animados, zamarrearon la conciencia y los porqués de los hermanos de Santiago una noche de julio. Súbitamente, la melodía tronó y de los altos cielos llovieron pétalos de rosa, unos pétalos frescos y vivos que pespuntearon caprichosamente el verde agua del manto, las claras tulipas, las rendidas ceras.

Bajo las alpargatas, como quien camina lentamente por un desierto hundiendo pisadas y culpas, los granos de sal se descomponían arrojando ante nuestros ojos infantiles una metáfora de la vida misma: todo lo construido ciega y pacientemente corre el riesgo natural de descomponerse con tan solo una huella. En este caso, permanece como una ceniza viva y humeante, sobre todo en los bolsillos de los niños que corrían presurosos a decolorarse los pantalones de verdes y de blancos.

En Cuando el mar te tenga, aquel extraordinario tema de 'El último de la fila,' Portet reflexiona en voz de García sobre esa masa corpórea de la nada: "Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio no lo vayas a decir". Y dijo alguien por tanto: "¡Qué guapa, madre mía del Rocío!". Y de nuevo se nos continuaba, tarareando, el verso de la canción: "Murmullo de una oración, minúscula y dulce..." Una oración que se perdió por los naranjos y los aleros de la ciudad cuando a eso de la medianoche repicaron las campanas, anunciando que aquellos cofrades tan nobles y tan puros habían cumplido la misión de portar algo más que una corona.

Así guardaremos esas tres horas en que la Virgen del Rocío, con las sienes completamente despejadas -hubo quien echó en falta siquiera un ramillete de azucenas- extendió su desembarco en la Catedral; una procesión nutrida, en cortejo y en público, a pesar de las fechas, las temperaturas y, en ocasiones, el ritmo; una procesión en la que descubrimos el peso del silencio y de la historia, que de cuando en cuando se nos manifiesta para que escribamos sobre ella otra página a la que volveremos siempre. Y en la calle Santiago está por escribirse otro capítulo definitivo. Y no es el que cierra; es el que, presumiendo cerrar, abre otra historia. Otra eternidad. Otra vida.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último