Sueños esféricos
Juan Antonio Solís
En nuestras miserias manda Javier Tebas
Calle Rioja
A la hora en la que debería empezar el pregón de la Semana Santa, empezaban a sonar los acordes de la banda de música. Pero no estábamos en el teatro de la Maestranza, sino en el convento de San Leandro. La banda de música Ciudad de Dos Hermanas iniciaba con La Estrella Sublime de López Farfán el repertorio con una acústica inmejorable. Los músicos estaban en la planta noble que da al patio del convento de San Leandro, que acogía por tercer año consecutivo una exposición y venta de obras de arte a beneficio íntegro de esta joya de la Sevilla conventual de la que siguen saliendo las yemas de San Leandro que de joven, como contaba en las páginas de Ocnos, hacían las delicias de Luis Cernuda.
Como una sinécdoque de la pieza de José Joaquín León, la primavera pregonaba por todos los rincones la Semana Santa de Sevilla. La cola del besamanos en la iglesia de Santa Catalina estaba a punto de juntarse con la cola de quienes aguardaban para entrar en El Rinconcillo. Un corazón solitario no es un corazón, decía Antonio Machado. En este convento se cumplía el aserto poético en una muestra que tenía en el corazón su hilo conductor. Porque la ciudad sigue latiendo en los conventos de clausura. La comunidad de San Leandro son en su mayoría tanzanas. Un contrapeso de la crisis de vocaciones en la sociedad occidental.
Arte solidario de todos los estilos: figurativo, abstracto, retratos, paisajes, grabados, acuarelas. Con lo que se recaudó en la exposición del año pasado se ha terminado la hospedería y la restauración del patio del compás. Hay que rematar ambos espacios y queda mucho por restaurar, incluidas las celdas y el resto de los 5.200 metros cuadrados de la edificación.
Con Santa Paula por Cervantes (frente a este monasterio ambientó el escritor su novela ejemplar La española inglesa) y con Santa Inés por la leyenda de Maese Pérez el Organista de Gustavo Adolfo Bécquer, el de San Leandro completa el triángulo de conventos más recordados en la literatura. “Por la galería, tras de llamar discretamente al torno del convento”, escribe Cernuda en Ocnos, “sonaba una voz femenina, cascada como una esquila vieja: ‘Deo gratias’, decía. ‘A Dios sean dadas’, respondíamos”. Y el poeta pasaba a enumerar las yemas de huevo hilado, los polvorones de cidra o de batata. En el interior del convento hay una calle que quedó integrada entre sus muros en el siglo XVIII, la calle Viva, producto de la dote de una benefactora que se metió a monja. Ésta y otras historias las conocieron quienes participaron en la visita guiada al interior de un convento en cuyo patrimonio está el legado de arquitectos como Juan de Oviedo o escultores como Martínez Montañés.
El patio era un hervidero de gente que recorrían las obras de la exposición, adquirían dulces del convento o degustaban una paella acompañada de una refrescante cervecita. Los corazones indicaban que las obras ya estaban vendidas. Ana Gracia es una artista que le saca todos los ángulos posibles a la cúpula o cimborrio de San Luis de los Franceses. Hay estampas playeras de Punta Umbría o una visión muy personal de la catedral de Burgos. La exposición la ha organizado el taller de pintura de Nuria Postigo.
En este convento se encuentran las canastas donde el fotógrafo Antonio del Junco inmortalizó a las monjas jugando al baloncesto en una fotografía que aparece en el libro que publicó con el dermatólogo y escritor Ismael Yebra, que tan bien se conocía cada uno de los rincones de este convento cada vez que venía a fortalecer la piel de sus inquilinas.
A la exposición se entra por San Leandro y se sale por San Ildefonso. El titular del convento fue obispo de Sevilla. Le sucedió su hermano, San Isidoro, que da nombre al instituto decano de la ciudad. Curiosamente, el segundo más antiguo es el instituto Velázquez, el más próximo al convento de San Leandro. En su entorno se encuentra la tradicional Pila del Pato que históricamente se encontraba en la Alameda de Hércules y cambió de ubicación como la Dama de Elche, aunque no hay que coger el tren ni el avión para visitarla.
Las monjas de San Leandro se paseaban por al claustro, saludaban a los visitantes. Una clausura de puertas abiertas para agradecer este interés por conservar un patrimonio que ofrecía preocupantes síntomas de deterioro y de abandono. Por la inercia del tiempo y los estragos de la desidia. Junto a uno de los expositores, aparecían los nombres de las 19 religiosas, desde la abadesa hasta Sor Inés, en los turnos de Adoración al Santísimo. El goteo de personas era incesante. Los atractivos, variados: paella, música de marchas procesionales, un paseo por la historia de la ciudad a través de sus conventos de clausura y la oportunidad de recorrer este claustro monacal convertido en efímera pinacoteca donde podías encontrar trabajos de Teresa Guzmán, Miguel Caiceo, Mariló Rivera o Alejandro Antona.
Crecía la expectación hacia el mediodía y alguien preguntaba: ¿qué está saliendo? No estaba saliendo nada, entraba a chorros la solidaridad y el altruismo de más de ciento cincuenta artistas sensibilizados con esta causa que ya ha alcanzado su tercera edición. La primera se celebró en La Revuelta, cuando esta asociación tenía su sede en las Siete Revueltas, y las dos siguientes en el propio convento de San Leandro. Fuera, un grupo de cicloturistas alemanes hacían un alto en una de las metas volantes del recorrido por su ciudad. El pregón del Maestranza se esparcía por toda la ciudad. Significa un elogio del triunfo de la fe en una ciudad que abre las puertas de sus iglesias para que sus titulares se enseñoreen de las calles. En este caso, era un convento el que abría las suyas para mostrar un secreto guardado celosamente a lo largo de siglos.
El tiempo acompañaba, abundaban las visitas familiares. Asiduos a esta exposición como Jorge Bernal o José María Liñán, que se identifica con las monjas tanzanas porque en su devenir profesional por África se topó con dos guerras, la de Namibia y la caída de Mugabe en Zimbabwe. “Pepe ha conocido una guerra más que yo”, dice de su amigo José María Arenzana, uno de los impulsores de esta iniciativa que acudía a este convento de San Leandro para que las monjas tanzanas le dieran clase de swahili.
Espadañas, capotes, mantillas, amaneceres, trigales, campanarios. Todo se podía encontrar en esta hermosa corazonada monacal para evitar la analogía cinematográfica y que nadie pueda decir: este convento es una ruina. Jesús Méndez Lastrucci, imaginero y biógrafo de Antonio Susillo, se daba una vuelta por este cuadrante de arte solidario. Los conventos viven de forma muy especial la cuaresma. Dice su biógrafa, Gloria Gamito, que las hermanas de la Cruz no quisieron que el día de Santa Ángela fuera el 2 de marzo, aniversario de su muerte, porque casi siempre coincidía con Cuaresma. Eligieron el 5 de noviembre, día de su beatificación. Cientos de miles de turistas vienen a ver los encantos visibles de Sevilla. Los que miraban los turistas alemanes desde los sillines de sus bicicletas. Sus mayores tesoros son los invisibles: lo que está detrás de un convento de clausura, de una túnica de nazareno y también, por qué no, detrás de la pañoleta de una caseta de Feria.
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