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La Santísima Trinidad

  • Kanoute, de nuevo colosal, Luis Fabiano y Negredo levantan por dos veces otro partido que el Sevilla volvió a complicarse por su mala defensa. Los blancos aumentan su racha a cuatro triunfos.

Si Gregorio Manzano lograra equilibrar lo que parece imposible, lo que es la noche y el día, ni el Sevilla ni sus aficionados tendrían que pasar estas fatiguitas, Monchi y Del Nido no tendrían tantos quebraderos de cabeza y la tabla clasificatoria diría que es un equipo de Champions con todas las de la ley. Pero no. El sevillista este año está destinado a sufrir, a sobresaltarse, a comerse las uñas y hasta a emocionarse con la calidad que tienen los tres delanteros, los tres, que tiene el jiennense en su plantilla. Una vez más, como hace unas semanas en Nervión ante el Málaga en Copa, los blancos fueron un cuadro descontrolado atrás, vulnerable si se quiere decir, pero tremendamente resolutivo arriba juegue quien juegue: Luis Fabiano, Kanoute o Negredo. O los tres.

El Sevilla sumó su cuarto triunfo consecutivo, lo que no es poco después de las sensaciones que estaba dando, y el segundo en la Liga para ir a Villarreal cargado de moral. Pero lo hizo mostrando, como casi siempre, sus defectos y sus virtudes, aunque éstas pesaron más en la balanza y sirvieron para levantar un partido que parecía que iba a llevar el mismo camino de otras decepciones.

Son las tribulaciones de un equipo partido en dos, un equipo que convierte en oro todo lo que toca arriba pero que no guarda nada en los cajones. Lo deja al alcance de cualquiera. Ante un rival en minicrisis, con tres derrotas consecutivas y que, como dicen por aquí, no juega bien cuando hace bueno y hay viento del sur, el Sevilla de Manzano tuvo que pasar apuros por su pésima manera de defender, aunque al final estuvo a la altura de los tres que ya habían ganado en Anoeta -Real Madrid, Atlético y Valencia-, en teoría sus enemigos por causas nobles que tienen que ver con Europa. Pero si tuviera control...

Lo intentó desde el principio con buenas intenciones y llevó bien los primeros veinte minutos de partido apelando a esa defensa adelantada que en Málaga le ayudó a envalentonarse, pero que hay veces que juega malas pasadas. En cualquier manual de fútbol se puede leer y consultar que la velocidad es fundamental para llevarla a cabo con acierto y que buscar el balón largo es la mejor manera de contrarrestarla. Escudé, que estaba siendo el hombre clave para tirar la línea tan arriba, se quedó esta vez a medias y se dejó perder una carrera con Llorente en un gol que parecía que iba a marcar el devenir de la agradable tarde-noche guipuzcoana. Pero no fue así porque la aparición estelar de Negredo a la hora de juego, en una reacción desesperada de Manzano, fue la que lo volteó todo. Los tres delanteros, internacionales los tres, estaban en el campo y sólo hacía falta que se asociaran, que pusieran en sincronización sus relojes para llevarse por delante a la Real Sociedad y a quien estuviera enfrente.

Luego sufrió. Y es una pena que esto sea así, porque cuando se ve al Sevilla por los campos de España se percibe el miedo que siente la grada. Se percibe lo fácil que los Luis Fabiano, Kanoute, Jesús Navas, Perotti, Negredo... tejen e hilan hasta llegar arriba.

Y ,además, se palpa cómo es un enemigo que nunca se puede dar por muerto. Hasta dos veces se levantó ayer sobreponiéndose a los goles de su oponente, en este caso el equipo de Martín Lasarte, que también sentía el respeto cuando los sevillistas tenían el balón del centro del campo hacia delante y lo tocaban.

Al gol inicial de la Real, un despiste de marca en una segunda jugada que hasta cierto punto tiene perdón, rechistó a las primeras de cambio Kanoute con un soberbio golazo en un no menos soberbio centro de cabeza de su mejor pareja de baile. Y al segundo zarpazo realista, una jugada que explica y que saca al exterior todas las miserias defensivas de este equipo, replicó el Sevilla con dos cohetazos que tenía preparados Negredo desde el banquillo. El vallecano, con sólo cuatro minutos en el campo, se inventó dos asistencias de lujo a los de siempre, primero a Luis Fabiano, aunque el gol bien podría ser suyo si el brasileño no lo remacha en la raya, y luego a Kanoute en una jugada que el gigante franco-malí culminó con su pasmo habitual.

Después tocó sufrir y hasta emergió una figura inesperada, Javi Varas, pero lo que habían hecho esos tres hombres ahí quedaba. Kanoute, Luis Fabiano y -ayer sí otra vez-, Negredo. Tres hombres o tres dioses a los que, vista cómo está la cosa atrás, hay que rezarles siempre que se pueda. Son la Santísima Trinidad.

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