¡Que empiece lo bueno!

El Sevilla da el carpetazo a la Liga como quería hacerlo, pensando en las dos finales que lo pueden devolver a la gloria. Los blancos entendieron que tenían más que perder que el rival.

Raúl García salta más que Carriço y cabecea un balón que acabaría en la portería de Sergio Rico: 3-1.
Jesús Alba

15 de mayo 2016 - 05:02

Como el chiste de aquel padre que tenía dos hijos, uno muy optimista y otro muy pesimista, a los que puso a prueba en una noche de Reyes, la afición del Sevilla se encontró ayer con dos sentimientos encontrados. Los hubo y los hay aún hoy, víspera de un desplazamiento para una final europea, que querrán martirizarse -y con toda la razón del mundo- con el dudoso honor de ser el único equipo que cierra la Liga sin lograr ganar ni un solo partido fuera de casa, pero los hay y los habrá también que salgan de su casa con el pecho henchido por ver a su Sevilla convertirse en esta semana en el único club que puede aspirar a sumar dos títulos después de que el Barcelona se proclamara ayer campeón y afronte esa final del próximo domingo con la opción de llevar un segundo trofeo a sus vitrinas esta temporada.

Pero sólo el Barcelona puede decirlo. A partir de hoy, ningún otro club, ni español ni europeo, tiene la posibilidad de jugar dos finales como sí lo hará el grupo que adiestra Unai Emery y que hizo ayer en San Mamés ni más ni menos que lo que tenía que hacer, cumplir el trámite y mantener las piernas frescas para lo bueno de verdad, lo que le viene a partir de hoy a un club que a estas alturas de campaña tiene las ideas muy claras. El Sevilla hizo lo correcto ayer, hizo lo correcto ante el Granada y también en la visita ante el Espanyol, y evaluar de otra manera partidos como el que se disputó en San Mamés es darle la espalda a la realidad.

El Sevilla cerró en Bilbao una temporada en líneas generales buena en la competición liguera. Evidentemente, mucho más cerca de lo simplemente aceptable (porque logró el primer objetivo marcado) que de lo excelente, pero quizá por motivos que pueden justificarse al centrarse conforme se fueron calentando las papas en frentes que le pueden dar la gloria a la vuelta de dos días.

También evidentemente, una de las páginas señaladas con marcadores en rojo de la carpeta que el Sevilla cerró ayer está en el rendimiento de los partidos jugados fuera de casa, en los que Emery no logró jamás (o en escasísimas ocasiones) hacer competir a sus futbolistas, que fueron desparramando una desidia descomunal en cada una de sus comparecencias lejos de un Sánchez-Pizjuán en el que sí hizo a su afición disfrutar, con un récord de victorias seguidas y haciendo doblar la rodilla a Barcelona y Real Madrid.

No sería justo castigar con el palo a los que se vistieron ayer de corto ante un Athletic con tanta hambre por querer ser quinto como por devolver la tremenda herida asestada el jueves de Feria. Ni estaban pensando lo mismo ni jugaban el mismo partido. Unos porque saben que estarán en Basilea y en Madrid luchando por la gloria con un poco de suerte y otros, los jóvenes, porque se les abre un camino en el horizonte y el de ayer era el primer paso de un mundo inmensamente apasionante pero aún desconocido.

No. El Sevilla perdió ayer otra vez fuera de casa porque estaba en el guión. Distinto es el cómo, el por qué y en qué momento... Lo bueno empieza ahora y ahí sí es cuando hay que rendir cuentas, cuando hay que apretar los dientes y cuando no se pueden dejar nada. ¿O lo iban a hacer ayer después de no haberlo hecho en todo el año con horas por delante para preparar dos finales?

El Sevilla, con un equipo de nuevo con gente joven -dos debutantes como titulares- y lo que en la plantilla pudo rebuscar el entrenador después de tantas lesiones, fue una presa muy fácil para un buen equipo de hombres. Y si la presencia de algunos miembros de la primera línea llamaban la atención en el once lo que buscaba era mantener el ritmo intacto, como la salida de otros tantos tras el descanso. Ni la derrota ni el empate iban a mover al Sevilla de esa séptima plaza con que cierra su paso por la Liga, está claro que mejorable, con lo que algunos futbolistas debieron pensar que salir a defender el orgullo podía traer cosas que lamentar.

De esta manera el Athletic necesitó desde el principio muy poco para hacer daño de verdad a un equipo semidesnatado tirando a desnatado al completo. Atacó la fase de iniciación con presión en la habitual salida de balón de los blancos con un pivote por detrás de los centrales y causó el alboroto ideado en la pizarra en el primer balón que ponía en juego Sergio Rico. Los automatismos son menos automatismos cuando las piezas cambian y eso que el debutante Diego González fue el que más claro lo tuvo. Cristóforo, como ante el Granada, volvió a querer meter un balón en el área propia jugando de espaldas y Aduriz ya puso aquello muy cuesta arriba para el Sevilla a los once minutos. Sacar el balón desde atrás se convirtió en un martirio para los de Emery y a la media hora era el otro debutante, David Carmona, quien se encontraba sin ayuda cerca ante el ataque de los leones.

Si el pleito ya tenía poca sustancia para el Sevilla, el 2-0 lo convertía en un cáliz que debía pasar cuanto antes y en algo absolutamente evitable cuando el Athletic se empezó a emplear con dureza y Álvarez Izquierdo tiraba claramente para casa dejando a los de Emery con dos expulsados (Coke desde el banquillo) por protestar decisiones tomadas con distinto rasero. El Sevilla incluso llegó a acortar distancias con el primer gol de Juan Muñoz en la Liga, pero la expulsión de Kolodziejczak después de recibir una agresión por parte de Raúl García empezó a dejar meridianamente claro que había que huir de la lucha porque quien más tenía que perder era claramente el Sevilla, un Sevilla que dio el carpetazo a la Liga como quería darlo. Jugó su último partido fuera de casa y tampoco lo ganó, pero teniendo muy presente que no era ésa la prioridad.

Ahora empieza lo bueno y que el sevillista se olvide de lo de ayer y empiece a frotarse las manos. Puede sentirse un privilegiado.

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