¿De qué decisiones se arrepienten hoy los ex alcaldes de Sevilla?

La Caja Negra

Las posibles confesiones de quienes han gobernado la ciudad si protagonizaran una serie como 'La última llamada', que recoge los testimonios de los ex presidente del Gobierno de España

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Rojas-Marcos, Becerril, Sánchez Monteseirín, Zoido, Espadas y Muñoz. / M. G.

En la serie documental La última llamada (Movistar Plus) aparecen los cuatro ex presidentes del Gobierno de España para relatar, entre otras muchas cosas, las decisiones que se arrepintieron de tomar o de no haber tomado. Repasan con serenidad los momentos más críticos y tensos. Quizás el mayor interés radique en los arrepentimientos. González cree que fue un error el referéndum de la OTAN. Rajoy reconoce que debió ocupar su escaño en aquella sesión de la moción de censura en la que la vicepresidenta Soraya Sainz de Santamaría colocó su bolso en el asiento del presidente. Zapatero admite que tardó en reconocer la crisis económica. Habló demasiado tiempo de una simple desaceleración, tal vez para no provocar una alarma. Pero la crisis llego y fue un verdadero tsunami. Aznar insiste en que dijo la verdad sobre los atentados del 11-M. Y explica que era la información que tenía en esos momentos.

¿Y si pudiéramos hacer esa serie en clave sevillana? ¿De qué decisiones se podrían arrepentir quienes han sido alcaldes de la ciudad en los últimos 25 años? El paso del tiempo mejora la perspectiva, lima las aristas, reduce el apasionamiento y hace desaparecer los nervios.

Alejandro Rojas-Marcos, poco dado a los arrepentimientos porque le encanta exhibir seguridad sobre sus decisiones (“En los cargos se está para quemarse, no para tacticismos”, ha afirmado muchas veces), podría sin embargo lamentarse de no haber sabido luchar contras las acusaciones de "urbanismo bajo sospecha" que tanto daño hicieron al Partido Andalucista. Bien es verdad que nunca se demostraron, pero el concepto caló. Y ahí empezó la lenta caída del partido en la capital, un proceso agravado también por las fracturas internas. Es casi seguro que no se arrepiente ni de la construcción del Estadio de la Cartuja, ni de su liderazgo enérgico y carismático, acaso de no haber sabido capitalizar proyectos como el de los Jardines del Prado, tantas veces atribuido a la parcela de gestión del PP en el gobierno de coalición. Sus arrepentimientos serían más bien fruto de la imposibilidad de reivindicar proyectos propios.

Soledad Becerril tal vez se arrepentiría de no haber estado más rápida con el andalucista Rojas-Marcos en aquel verano de 1999 para no entregar la Alcaldía al socialista Monteseirín. Pecó quizás de inacción por un motivo o por otro. Reaccionó tarde, pese a que el clima de la ciudad era favorable a la repetición de la coalición. Cuando Becerril por fin citó a Rojas-Marcos era ya tarde. La reunión fue en el Alcázar. El andalucista –que se la encontró sacudiendo el polvo de las cortinas de las dependencias habilitadas para la Alcaldía– fue recibido con la siguiente perla: “¿No irás a pactar con Monteseirín con lo que suda?”. Chaves lo llamó aquella misma tarde y se fue a la casa de Rojas-Marcos, que exigió incondicionalmente el Metro. El dirigente socialista, revestido en aquel encuentro con el mono de trabajo y desposeído de ínfulas de presidente de la Junta, telefoneó al consejero Francisco Vallejo y le marcó la prioridad del Metropolitano. El pacto estaba sellado. Soledad perdió la Alcaldía por exceso de confianza. De ella y de su partido. El día de la toma de posesión de Monteseirín, Becerril recurrió en el Salón Colón al alcalde de Zalamea para salir del paso: “Al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor... Es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”.

Alfredo Sánchez Monteseirín es posible que se arrepienta de no haber dado el salto a un Ministerio del Gobierno de su admirado Zapatero para haber puesto un broche de oro a sus mandatos. Y es muy posible que de haber despreciado el haber sido secretario general del PSOE cuando tuvo la oportunidad. Lo apostó todo al poder institucional y despreció siempre el orgánico, cosa que le honra, pero que le provocó no pocas incomodidades. Nunca quiso dar la pelea orgánica, pero se sentaba en las mesas de negociación de los gobiernos de coalición para tener controlado el reparto de las delegaciones municipales, primero con el PA y después con IU. Y es muy probable que pueda arrepentirse de no haber empujado todavía más para que Alfonso Rodríguez Gómez de Celis fuera su delfín, cosa con la que llegó a brindarse en un restaurante de Madrid tras un encuentro con el entonces todopoderoso Pepiño Blanco.

Juan Ignacio Zoido debe haberse arrepentido de confiar tanto en una parte de su equipo que apostaba más por los bares que por la gestión, más por los viernes por la tarde que por los lunes por la mañana. De no haber encontrado un brazo ejecutor que diera la cara por él y por sus proyectos (al estilo de Monteseirín con Manuel Marchena). De no haber tomado tantísimas decisiones para las que la ciudad le otorgó el mayor nivel de confianza concedido a un alcalde: 20 concejales. Fue tal el apoyo que la izquierda dio por hecho que habría Zoido para un mínimo de ocho años. Y solo estuvo cuatro. Quizás se arrepienta de no haber dejado de ser oposición (que ejerció con una eficacia implacable) cuando era la hora de ser exclusivamente gobierno. Y, por supuesto, es más que probable que se arrepienta de haber tenido que ser presidente del PP andaluz, cargo que lo distrajo de una Alcaldía que requería toda la atención. No supo decirle que no al partido. La gran expectación que generó su absolutísima victoria le jugó en contra en plena crisis económica. Sin olvidar que le jugó en contra la disputa con su gran mentor, Javier Arenas, al que daba por finiquitado tras no alcanzarse la presidencia de la Junta de Andalucía en las elecciones de 2012. Y años después, con la Alcaldía lamentablemente perdida, se habrá arrepentido de aquel almuerzo con Pablo Casado y Teodoro García Egea en el verano de 2018 en la que le pidieron opinión y dijo que había que dejar a Juan Manuel Moreno para que se “ estrellara” en las siguientes elecciones autonómicas para relevarlo por una gestora presidida por él mismo y ya después dejarle el paso a José Luis Sanz o José Antonio Nieto. Ay, ese ave de la noche electoral del 2 de diciembre de 2018, cuando fue a Madrid para estar en la sede de Génova durante el recuento electoral con la expectativa de una derrota sonada y acabaron todos felicitando a Moreno por el histórico cambio político en Andalucía.

Juan Espadas se arrepentiría de sus declaraciones sobre la Semana Santa y la pandemia en la cuaresma de 2020. La Organización Mundial de la Salud (OMS) nunca nos consultó, obviamente, por muy universal que sea la principal fiesta religiosa de la ciudad. Hoy probablemente no se hubiera metido a organizar una consulta sobre la duración de la Feria, cosa que le puso de los nervios porque generamos una imagen frívola en los telediarios. Quizás hubiera evitado el rito de romper la guitarra (‘smashing guitar’) en la inauguración de aquel negocio de la calle San Fernando que ya, por cierto, ha pegado persianazo. Y sobre todo, podemos estar seguros de que se arrepiente de dejar la Alcaldía de Sevilla para emprender la aventura autonómica cuando el centro-derecha andaluz estaba más fuerte.

Antonio Muñoz solo fue alcalde poco más de un año. Tal vez su mayor arrepentimiento pueda estar en no haber pisado más las sedes del PSOE para movilizar el voto, no haber trabajado más el contacto con los militantes de las agrupaciones, haber cuidado más la parcela orgánica, fundamental en un partido como el socialista por mucho que ahora se encuentre pendiente de resurrección.

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