Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Un padre estaba disfrazado de una suerte de gallina Caponata desde las nueve de la mañana. Unas madres le retocaban el maquillaje del rostro. Círculos negros en las mejillas y el apósito de una pelota de goma en la nariz, de esas que se usan para despabilar a los alumnos en los cursos de aprender a hablar en público. Los niños llegaban al colegio y miraban extrañados al papi revestido de plumas. Una cartelería multicolor, globos de gran tamaño en las ventanas y guirnaldas adornaban el portalón de entrada. “¡Sonriamos en el primer día de vuelta al cole!” “¡Hay que hacerles amables el retorno!” “¡Ni se pueden agobiar ni podemos consentir que se agobien!” “Por favor, que en los primeros días no se les pongan muchos deberes en casa”. “Pásalo bien, ¡disfruta!”. “¿Quieres una foto con el oso?”, pregunta una madre a su churumbel junto al fotocol donde está el papi disfrazado, el mismo que se ha pedido un día de asuntos propios en su trabajo en la multinacional. Hay hasta enaras de bienvenida. A la directora del centro le ha faltado el traje largo de Blancanieves. Y el conserje se ha reservado para hacer de Papa Noel en las pascuas, porque el cartero real es cosa de la Iglesia y no podemos ofender a los no creyentes desde que el colegio es concertado. Todos se esfuerzan en que el primer día de colegio no sea un tormento. Todo está encaminado a que parezca el escenario de una película de Walt Disney. Todo debe parecer la entrada en un paraíso laico marcado por los unicornios, las nubes de algodón, los colores combinados como en un traje de Agatha Ruiz de la Prada y mensajes sobre la “felicidad”, “darlo todo” y el “disfrute”.
Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo, debe estar feliz con esta generación de padres que camuflan el sentido de la obligación, orillan el esfuerzo, consideran que todo es una crisis que hay que evitar a los jóvenes, crían débiles que en el futuro tendrán los pies de barro, construyen la paranoia de un mundo de derechos donde no existen las obligaciones, disimulan su incapacidad para educar en que “ellos tienen que vivir su vida” y exaltan los hábitos poco recomendables de sus adolescentes al contarlos como si fueran virtudes. Se engañan y tratan de engañarnos. El primer día de colegio es motivo de felicidad porque se acude al lugar donde se aprende, se reencuentra uno con sus amigos, es probable que se tenga la suerte de encontrarse con esos profesores que marcan la vida, son duros en el mejor sentido y ayudan al alumno a encontrar la vocación, a ser persona, a dar su mejor versión y a cultivar esos valores que les servirán para toda la vida en un mundo en crisis. Todo no puede ser un cumpleaños en el burguer. Ni convertirlo todo en una fiesta con un enfoque bobo. Han confundido la ternura con la sensiblería.
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