La ciudad imposible, la ciudad soñada

No podemos vivir congelados en nuestro particular tiempo mejor

Más candidatos a todo que botellines

Otro resbalón en la Plaza Nueva

Una calle en obras en el centro de Sevilla.
Una calle en obras en el centro de Sevilla. / M. G.

09 de octubre 2025 - 04:00

Hay gente que tiene una especial habilidad para quedarse a vivir en una ciudad que ya no existe, pero que disfrutó hace treinta o cuarenta años. Siguen de merienda en La Española, llaman al camarero con batín en la barra del Flor o piden la vez en el betunero de Sierpes o Santa María la Blanca. Con la Semana Santa pasa tres cuartos de lo mismo. Hay una perseverancia obsesiva en quedarse anclado en la Semana Santa de la infancia, cuando a lo mejor tenía aspectos feos, muy feos, que la memoria y su poder discriminador limpian como si se tratara de un programa de tratamiento de fotos. ¿Y qué me dicen de Andalucía? ¿A cuánta gente no se le nota que añora un pasado socialista, que no termina de digerir la victoria del PP en la región donde la formación del puño y la rosa fue el partido de la tierra? Tendemos (torpemente) a congelar el tiempo en que fuimos felices. Y, simplemente, es que éramos más jóvenes, porque aquel tiempo no fue necesariamente mejor. Quienes añoran la ciudad del pasado están reivindicando su mejor tiempo, no necesariamente el de la ciudad. La Sevilla de los 70 y de los 80 era feísima. Bastan el recuerdo particular y un repaso a las fotos de esas calles con firme de asfalto y con horrendas cartelerías en cada tapia; de esa feria donde la igualdad fue mal digerida, o de una Semana Santa de excesos florales. Hoy los problemas son otros, muy diferentes y de difícil solución. Se ha mejorado en aspectos sustanciales, pero los desafíos no han desaparecido. La nostalgia es un sentimiento respetable, loable y comprensible, pero el intento de congelar un período conduce al error y a la frustración, nos aísla y frena la evolución. Sevilla no tiene hoy que prepararse para una Exposición Universal, pero sí hallar un modelo de uso de los espacios públicos, de convivencia y, sobre todo, de limpieza.

La ciudad de hoy no tiene que organizar aquel maravilloso Cita en Sevilla como oferta cultural impulsada por el propio Ayuntamiento, pero sí blindar sus fiestas mayores contra problemas de seguridad que no existían hace cuatro décadas. Sevilla hoy tiene patinetes, carril bici, calles peatonalizadas, la necesidad de ofertar un programa de Navidad, bares con cola de espera, falta de taxis en demasiados períodos horarios, carencia de infraestructuras básicas, etcétera. Por eso no podemos vivir congelados en nuestro mejor pasado. Quizás habría que aplicar el espíritu franciscano: mirar hacia delante como expresión (alegre) de futuro. No hay congelación con garantías de eternidad. Si una calle está cortada, conviene tirar por otra. Pero nunca quedarnos parados. Y menos en una sociedad como la actual que obliga continuamente a pulsar la tecla f5. La Sevilla de los ochenta tenía cosas feas, pero ahora tenemos camareros con pinganillos, las Setas de la Encarnación, han desaparecido los cafés para la tertulia, los turistas nos invaden y las tabernas no son aquellos espacios de libertad. "Las mesas son para almorzar". No seguimos con la lista. No vayamos a congelarnos con efectos retroactivos.

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