Betis-Sevilla

El daño de un solo individuo a toda Sevilla

De Burgos Bengoetxea, palo en mano, se dirige a Lopetegui, con los béticos al fondo.

De Burgos Bengoetxea, palo en mano, se dirige a Lopetegui, con los béticos al fondo. / Antonio Pizarro

Puede que no duerma bien después de su irracional y estúpido acto el aficionado de la Grada Joven del Benito Villamarín. O puede que duerma la borrachera en su casa o en comisaría -si fue detenido- y luego, en plena resaca, se encuentre con el dedo acusador de toda una sociedad. De toda la afición, racional, del Betis y del Sevilla. De toda la afición de Sevilla que sí ha sabido medir tantas y tantas veces las pulsiones viscerales que mueve a todo individuo afiliado a su club en esta ciudad tan asaeteada por los estereotipos, a veces positivos, y muchas veces ya negativos, sobre todo en el fútbol.

El fútbol que tanto mueve y tanto da a esta ciudad es también un arma de doble filo, no de filo astillado como esa asta de bandera de PVC que fue lanzada al campo e impactó en la cabeza de Joan Jordán, como podría haberse incrustado, por ese filo astillado, en alguna parte blanda de cualquiera de los actores que estaban en el césped. O de alguno de los jóvenes compañeros de la animosa grada verdiblanca. Todos pagarán la niñería, o mejor dicho, la niñatada. Dos golazos, el del Papu y el de Fekir, al limbo de la barbarie. Tuvo que romper el asta de su bandera y en plena celebración del golazo del astro verdiblanco –del córner olímpico se hablará menos que del dichoso palito– no tuvo otro impulso que tirar lo que tenía en la mano, sin medir las posibles consecuencias.

En esta sociedad en la que se protege tantísimo al menor tampoco se puede dejar atrás la costumbre de hacerlo responsable de sus actos desde que son niños. Para que no lleguen a adolescentes o a adultos y sigan cometiendo niñerías... o niñatadas.

La realidad es que después de años de derbis de pasión, de guasa, de piques bien llevados, se vuelve a escribir la página más negra de la rivalidad sevillana: la de los muletazos a un guardia jurado en los bajos de Gol Norte del Ramón Sánchez-Pizjuán o el cuchillo de untar lanzado desde la de Preferencia en otro Sevilla-Betis de principios de siglo; la del botellazo a Juande Ramos, aquella lamentable víspera del día de Andalucía, el 27 de febrero de 2007. Un precedente inmediato casi calcado también en la Copa, tras un gol, en aquel caso del visitante, Kanouté, y la suspensión del partido.

De todo eso oirán los seguidores de Betis y Sevilla minutos y minutos de radio, y de televisión. Y desde Madrid volverán a mirar a toda la ciudad con el desprecio que merece un acto individual que se suele generalizar para escarnio de toda una sociedad. El daño, desde luego, es irreparable, justo cuando los clubes tienen mejores relaciones y cuando parece que las aficiones habían encauzado la convivencia pasional y futbolera. Queda manchado el fútbol sevillano. Toda Andalucía, por culpa de una niñatada. El primer derbi copero a partido único, inédito, ya estará mancillado para siempre. Y con él, toda Sevilla.

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