"La pregunta deja de ser solo quién soy para convertirse en ¿qué hago con mi vida”: Así es la crisis de los 25 años y cómo se puede prevenir
Muchas condiciones sociales y culturales como la competencia en redes sociales puede desencadenar en esta crisis
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La edad no solo es un número y algunas de ellas marcan auténticas crisis. Una de las más importantes es la de los 25 años. Desde la psicología podría describirse la “crisis del cuarto de vida”. Esta se puede describir como "un periodo de malestar, duda e incertidumbre que suele aparecer entre los 20 y los 30 años, con bastante frecuencia alrededor de los 25. No es un diagnóstico clínico, sino una crisis evolutiva: una etapa en la que la persona se cuestiona su identidad adulta, su proyecto vital y el sentido de las decisiones que ha tomado hasta ahora", explica José Antonio Tamayo Hernández, psicólogo sanitario en Activa Psicología (Madrid).
Con esa edad nos podemos mostrar un poco más vulnerable y coincide con el cierre de la etapa formativa, entrada (a veces muy inestable) en el mercado laboral, cambios en el grupo de amigos, primeras convivencias o relaciones de pareja serias, presiones económicas y, en muchos casos, un choque entre las expectativas que uno tenía sobre “cómo sería mi vida a los 25” y la realidad. Esa discrepancia puede traducirse en ansiedad, tristeza, bloqueo, sensación de quedarse atrás respecto a los demás, o una duda persistente sobre si uno está “viviendo la vida correcta”.
Cuáles son las diferencias entre una crisis adolescente y adulta
A lo largo de la vida, cada una de nosotras pasa por diferentes crisis. Las más llamativas son las vividas durante la adolescencia o en la edad adulta. Igualmente, estas tienen matices. En la adolescencia la crisis gira sobre todo en torno a quién soy: cambios corporales, búsqueda de identidad, separación progresiva de la familia de origen, experimentación con distintos grupos, estilos de vida y valores. "Aunque pueda vivirse con mucha intensidad, el adolescente sigue estando más protegido por el contexto: responsabilidades más limitadas, dependencia económica y un guion más claro (estudiar, aprobar, pasar de curso)" señala José Antonio Tamayo Hernández.
Con 25 años, ya se entra de pleno en la edad adulta. La pregunta deja de ser solo “quién soy” para convertirse en “¿qué hago con mi vida?” y “¿esto es lo que quiero para los próximos años?”. Las decisiones se perciben como más definitivas: trabajo, ciudad donde vivir, tipo de relación de pareja, si formar o no una familia, etc. Además, el entorno suele dar por hecho que a esa edad uno ya debe tener su propio camino labrado, lo que aumenta la sensación de fracaso cuando no se cumplen esos supuestos hitos.
Otra diferencia relevante es que en la crisis de los 25 el malestar suele mezclarse con responsabilidades reales (alquiler, deudas, contratos precarios, presión laboral), lo que puede hacer que la persona se sienta atrapada: necesita funcionar como adulta al mismo tiempo que duda profundamente de la dirección que está tomando su vida.
Cuáles son los factores sociales y culturales que pueden desencadenar esta crisis
La crisis de los 25 no ocurre dentro de un contexto muy concreto. En sociedades como la nuestra, varios factores la favorecen, según explica el psicólogo sanitario José Antonio Tamayo:
• La precariedad laboral y la inestabilidad estructural (contratos temporales, sueldos bajos, dificultad para emanciparse) hacen que muchos jóvenes se sientan en una especie de “adultez suspendida”, sin poder consolidar un proyecto.
• La prolongación de los estudios universitarios y de posgrado retrasa la entrada estable en el mundo laboral y acumula expectativas que luego chocan con empleos poco cualificados o poco alineados con la formación recibida.
• Las redes sociales intensifican la comparación: se ven continuamente vidas aparentemente exitosas, viajes, trabajos atractivos y relaciones perfectas, lo que alimenta la sensación de ir por detrás o de “haber fracasado” muy pronto.
• A esto se suma un discurso cultural que enfatiza el éxito temprano, la productividad y la necesidad de “aprovechar” los 20 para todo: viajar, formarse, emprender, tener una relación estable… Es fácil que esa presión derive en agotamiento y en una sensación de no estar a la altura.
• En muchos casos, persisten expectativas familiares sobre la carrera profesional o el tipo de vida “adecuada”, que pueden chocar con los deseos reales de la persona y generar culpa, ambivalencia o parálisis.
Hasta aproximadamente los 22–24 años, la trayectoria suele venir bastante marcada: colegio, instituto, quizá universidad o formación profesional. "Es una especie de “carretera principal” donde las decisiones son importantes, pero el camino está más o menos trazado", aclara.
A partir de los 25 ese camino se fragmenta en múltiples bifurcaciones: trabajos posibles, ciudades distintas, modelos de relación diferentes, opciones de seguir estudiando o no. Esa sobrecarga de opciones, unida al miedo a equivocarse, puede generar una fuerte sensación de desorientación.
Además, muchas personas descubren que la realidad laboral o personal no se parece a la narrativa con la que crecieron: estudiar no garantiza un buen trabajo, esforzarse no asegura estabilidad, las relaciones son más complejas de lo esperado. Ese choque entre el ideal y lo real puede vivirse como una especie de “duelo” por la vida que uno imaginaba tener.
A nivel psicológico, es una etapa en la que se ponen a prueba los valores personales: qué es verdaderamente importante para mí más allá de lo que otros esperan. Cuando esa reflexión no se ha hecho o se ha ido aplazando, es frecuente que aparezcan sentimientos de vacío, aburrimiento crónico, vivir en piloto automático o cambiar de proyecto cada poco tiempo sin llegar a comprometerse con ninguno.
Desde la psicología, más que patologizar esta experiencia, se intenta ayudar a convertirla en una oportunidad de reorientación, trabajando sobre los valores, la toma de decisiones, la tolerancia a la incertidumbre y la construcción de un proyecto vital que no se base solo en los estándares externos, sino en una vida que la persona pueda sentir como propia.
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