Hoy sale el Cachorro
El Cachorro en la calle sobrepasa cualquier trasfondo devocional y supone un hito para la ciudad
Se cumplen hoy cincuenta años de aquel incendio que calcinó a la primitiva imagen de la Virgen del Patrocinio
Todos los datos sobre el vía crucis del Cachorro de este primer domingo de cuaresma
El Cachorro más valiente y contemporáneo
A veces, en cuestión de segundos, de instantes fugaces y repentinos, la vida puede cambiarnos para siempre sin solución de continuidad. Del todo a la nada, de la nada al todo. De lo absoluto a lo efímero, de lo insignificante a lo universal. Hace medio siglo, tal día como hoy, siglos de historia quedaron reducidos a cenizas en lo que dura un suspiro. Fue en el Patrocinio, en aquel alero de una Triana con raíz propia e indivisible. El fuego devorador fagocitó su propia belleza hipnótica. Aquella mirada se desvanecería para siempre en lo tangible y se alojó, para la eternidad, en la memoria colectiva de toda una cofradía, de toda una ciudad que se concentró en torno a la capilla para orar, llorar, estar.
Se quemó la Virgen del Patrocinio, y de ella quedó la impronta y el blanco y negro en las retinas, como el campo cuando avanza junio, como los prados en los soles de agosto. Nada quedó más que su atmósfera, su delicadísima certeza, su ternura grave y sucinta. Nada permanece más que su ceniza viva y ardiente en el corazón del Patrocinio: de la Virgen y del barrio. Suele suceder como cuando se pierde a una madre: todos los días nos acordamos de ella.
Aquel día, la Hermandad del Cachorro escribió un renovado capítulo de su respetabilísima historia. Aquello que fue ausencia se colmó, otra vez, de bellezas. Volvió el Patrocinio y, desde entonces, todas nuestras generaciones no conciben la tarde del Viernes Santo sin el fotograma descomunal y personalísimo del palio del Patrocinio. Las llamas, incontenibles a todo un tiempo, quisieron abrasar el alfa y el omega de la Semana Santa, el principio y el final de nuestro credo: el Cristo de la Expiración, el Cachorro de Triana, que gracias a la actuación casi salvaje e inconsciente de varios vecinos, salvó un fatal desenlace.
Con tan solo meses de vida y un Domingo de Ramos en mi universo infantil, me llevaron a ver el Cachorro de Triana en el Altozano una tarde de Viernes Santo. El Cachorro era -es- un emblema, un icono de la Semana Santa de mi casa, una Semana Santa breve, puntual y pasajera. Era la Semana Santa de mis padres, que desde el corazón del Aljarafe se aupaban en Chapina para esperar un reguero desangrado de capirotes negros que pespuntaban la calle Castilla. Quizás, sin saberlo, (mezcla literatura, ficción, realidad) aquel Viernes Santo me cambiaría la vida para siempre. Cuando veo al Cachorro veo ya no mi infancia y mis primeros vagos recuerdos, sino mi primer contacto cierto, carnal, físico, con la Semana Santa de Sevilla. Mis primeros ojos abiertos a la inmensidad de aquellos ojos también abiertos a la infinidad de las cosas y de los cielos que alguna vez alcanzaremos.
Esta tarde, cuando en la calle Castilla esperemos al Cachorro, habremos de sentirnos afortunados, como sumidos en el más absoluto de los privilegios. Y cuando nos atraviese, "alzado y ofrecido", inflamado el pecho, con un grito en los labios, desbocada la cabellera, exhaustos los aires y detenidos los pulsos vitales, se avivará en nuestro interior la llama más sincera de nuestra entrega por la Semana Santa de Sevilla.
Con Él empezó mi Semana Santa, mi por qué, mis circunstancias, mi porvenir, mi destino. Con Él empecé a creer en su mensaje, en sus silencios, en sus dudas, en lo que nos espera después de la muerte. Como Él mismo se ofrece a su otra vida la tarde del Viernes Santo cruzando el puente, sin que nadie responda sus preguntas ni atienda su momento definitivo. Hoy sale el Cachorro, el de Triana, el de toda nuestra vida.
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