La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
El puente de diciembre es para muchos el preludio perfecto de las fiestas navideñas. El alumbrado de las ciudades atrae a miles de curiosos, los comercios se llenan de gente en busca de regalos y en los hogares se despliegan los elementos decorativos como el árbol o el belén. Los más conservadores aguardan cada año a estas fechas, y no antes, para colocar los adornos de Navidad, pero ¿cuál es el origen de esta tradición?
En España, se solía reservar concretamente el 8 de diciembre para montar el belén. El motivo es que en esta misa fecha, pero de 1854, el Papa Pío IX escribió la Ineffabilis Deus, la carta por la que se declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, que sostiene que la madre de Jesús estuvo libre de pecado original desde su propia concepción. Es por eso por lo que el Día de la Inmaculada, festivo nacional, se conmemora nueve meses antes del nacimiento de la Virgen —el 8 de septiembre—.
Por tanto, es esta asociación temporal que precede al nacimiento de Jesús la que se vincula la preparación del belén con esta celebración religiosa. También se ha relacionado con el árbol de Navidad, que en origen se adornaba con manzanas para representar el pecado y las tentaciones. A estas suelen acompañar otras costumbres como no colocar al niño Jesús en el belén hasta el 24 de diciembre, o los Reyes Magos, por su parte, hasta el 6 de enero, Día de la Epifanía.
De seguir la lógica religiosa, la fecha clave para desmontar el belén sería el 2 de febrero, festividad de las Candelas, que conmemora la presentación de Jesús en el Templo y la purificación de la Virgen María tras el parto.
Aunque se han documentado representaciones plásticas del nacimiento de Jesús en catacumbas e iglesias paleocristianas, el origen del belén tal y como hoy lo conocemos se remonta al siglo XIII. En la Nochebuena de 1223, San Francisco de Asís organizó la representación del nacimiento en una gruta de la localidad de Greccio, cerca de Roma, con la misión de evangelizar la región montañosa del Alto Lacio. Esta se convirtió en el primer belén viviente de la historia.
Los lugareños acudieron a la cueva como si de los pastores de Belén se tratasen y escucharon una misa celebrada por San Antonio de Padua. En este particular pesebre hubo un asno y un buey, que se han mantenido en la tradición del belén ocho siglos después, a pesar de no haber referencias en el Evangelio.
La costumbre de poner el belén se consolidó en la península itálica, especialmente en el sur, a partir del siglo XIV. Posteriormente, el Rey Carlos III, soberano de Nápoles hasta 1735 y de Sicilia hasta 1759 antes de asumir la corona de España, promovió el belenismo entre la aristocracia. Su hijo Carlos IV mantuvo la tradición, que poco después se extendio hacia los pueblos de España e Hispanoamérica.
Dentro de España, hay diferentes costumbres y maneras de poner el Belén. Por ejemplo, en Murcia es típico el 'belén del huevo frito', llamado así por su aspecto, que recuerda a un huevo frito ya que la cuna del Niño Jesús tiene un agujero en el medio.
Otro ejemplo es el de Andalucía: en las ciudades de Granada y Málaga mayoritariamente, durante los siglos XVIII y XIX, había muchos talleres en los que se tallaban figuritas para los belenes de las casas de bandoleros, toreros, majas, entre otras.
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