VIVIENDA
Así cambian los vecinos de los barrios de Sevilla

2 de diciembre: una tapa de cocción lenta y sabor de pueblo irrumpe en el Calendario de Adviento de Diario de Sevilla

Una elaboración nacida del cocido tradicional, convertida hoy en un fenómeno que mueve a sevillanos y visitantes a cruzar la ciudad solo para probarla

1 de diciembre: abrimos la primera ventana de nuestro Calendario de Adviento de tapas sevillanas ¿Quieres saber cuál es?

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El día 2 de diciembre de nuestro calendario viene con sabor a puchero / Carolina Rojas

La segunda jornada de este recorrido gastronómico nos lleva a uno de esos lugares que, sin proponérselo, han construido un fenómeno. No aparece en las guías, no se anuncia con grandes rótulos y no presume de una fachada histórica. Su éxito nació de una receta de madre, otra de abuela política y un bar de barrio ubicado en un polígono donde nadie esperaría encontrar un icono culinario capaz de movilizar a vecinos, trabajadores, familias enteras e incluso a personas que cruzan kilómetros solo para desayunar allí.

Es en el Restaurante El Tentaero, situado en el Polígono El Pino, en Palmete, donde hoy se sirve uno de los montaitos más célebres de Sevilla: el montaito de pringá, una elaboración que ha convertido este local, aparentemente humilde y escondido entre naves industriales, en destino gastronómico. Fernando, su dueño, cumple este diciembre 20 años al frente del negocio, dos décadas en las que esta receta casera se ha convertido en su seña de identidad.

El origen del montaito es tan sencillo como entrañable. Fernando decidió unir la receta del cocido de garbanzos que preparaba su madre, natural de Alcolea del Río, con la versión que elaboraba la abuela de su mujer, procedente de Mairena del Alcor. Ambas tenían matices distintos, pero al mezclarlas surgió una pringá suave, equilibrada y sorprendentemente ligera. "Es la suma de las dos recetas de casa", cuenta Fernando.

El Tentaero ha crecido poco a poco, "sin ruido", como él mismo dice. Primero fueron los vecinos del barrio, luego los trabajadores del polígono, y más tarde los visitantes que llegaban recomendados por el boca a boca. El verdadero impulso llegó después de la pandemia, cuando la clientela volvió a los bares con más ganas que nunca. Desde entonces, el montaito de pringá no ha dejado de ganar devotos. Algunos vienen desde otros puntos de Andalucía, otros envían encargos a Canarias, y no faltan quienes se llevan varias tarrinas para compartir en casa.

El secreto de la suavidad que lo caracteriza está en la técnica. Las carnes se cuecen lentamente, mientras que el chorizo y la morcilla se preparan por separado para eliminar la grasa que suele hacer la pringá más pesada. A eso se añade algo que muchos clientes valoran tanto como la comida: el aparcamiento fácil, una terraza soleada y la sensación de que uno está descubriendo un tesoro escondido.

Es la prueba de que, a veces, las grandes tapas de Sevilla no nacen en el centro ni en locales históricos, sino en un polígono, en una mezcla familiar y en el trabajo incansable de quien cree en lo que cocina.

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