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El turismo de lechuga

La Caja Negra

Nunca tantos negocios de bocadillos apilados en vitrinas en el centro de la ciudad

La esquina maldita de Sevilla

Sevillanos tomados por pardillos

El turismo de lechuga / M. G.

La Feria de Abril de 1979 comenzó pocos días después de la toma de posesión de sus cargos de los miembros de la Corporación municipal que salió de las elecciones celebradas ese mismo mes. Esa edición de la fiesta fue denominada durante mucho tiempo como la Feria de la lechuga. Resultó cutre, basta y sucia, según las crónicas. Es llamativo que la Feria ha tenido una evolución mucho mejor que la Semana Santa. En el 79 fueron comunes los puestos callejeros de venta de lechugas y bocadillos en el real, como ahora hay puestos de venta ambulante de rebujito, sobre todo en la Calle del Infierno en horario nocturno. Pero la verdad es que son pocos. La lechuga era el símbolo de una Feria desaliñada y zarrapastrosa en un tiempo en que muchos hicieron una mala digestión del valor de la igualdad que trajo la democracia. Todo era nuevo. Estaba claro que hacía falta un tiempo para asimilar y acostumbrarse al nuevo marco político.

Hoy no vemos puestos de lechuga, pero poco a poco aumentan en el centro de la ciudad los negocios de bocadillos al estilo de Madrid, Barcelona o Roma. ¿De cuándo ha habido en Sevilla tantos puestos foccacia con todo tipo de rellenos expuestos en vitrina, amontonados para generar la sensación de abundancia? La hostelería continúa mutando para adaptarse al turismo. Desaparece una entidad bancaria en Sagasta y abre una tienda de souvenirs donde comprar los imanes para el frigorífico, el torito de recuerdo y unos ridículos trajes de flamenca que jamás se pondría una sevillana. Pero se trata de vender, no de ponernos estupendos, ¿no?. El turismo no se integra en la ciudad, no se interesa por los usos de aquí, sino que impone los suyos. Tan absurdo como real. Por eso hay estudiosos del fenómeno que mantienen que el turismo destroza aquello que precisamente lo genera. Nunca ha olido tanto a pizza y focaccia el centro de una ciudad tomado por las franquicias. Ha llegado ya hasta el limoncello spritz que se sirve para llevar en locales de estruendosa decoración amarilla. Pronto habrá que fundar una asociación de protectores del catavino o algo similar. No es cuestión de cerrarse, sino de no dejarse invadir.

Bocadillos en vitrina en el centro de Sevilla. / M. G.

Hay calles del centro que parecen la estación de Atocha con tantas pilas de bocadillos. El buenista de guardia dirá que eso no es malo. Claro, malas, malísimas, son otras cosas, como no llegar a fin de mes o estar en una lista de espera de la sanidad pública. Ocurre que si por el humo se sabe dónde está el fuego, por la oferta se deduce cuál es el mercado. Y el nuestro es el de un turismo de bocadillo en un centro de lechuga. No digamos ya la mamarrachada del café que se sirve por un agujero. El centro continúa en una transformación evidente del que quizás algún día nos arrepintamos demasiado tarde. Jamás ha estado tan alejado del concepto "habitable" que tanto gustaba pregonar al gobierno municipal de comienzo del siglo XXI. Se nos llena la boca con el turismo de calidad mientras aumentan los puestos de bocadillos con las flautas con jamón de tirachinas o las viandas italianas al por mayor. La nueva calle Sierpes es Asunción, en los Remedios. La nueva Avenida sevillana es República Argentina. La terraza de toda la vida con verdaderos veladores (no esas mesas de tablero gordo) se encuentra más en la Plaza de Cuba.

El desastre de la Feria del 79 generó un movimiento crítico que entendía que había que proteger el modelo de la fiesta: su estética, formas y usos. Era la única forma de preservar su singularidad. ¿Se podía haber transformado? Claro que sí. Y reventar el concepto. Pero ya no hubiera sido la Feria, sino otra fiesta. La caseta municipal no podía estar abierta a todo el público sin criterio ni invitaciones, los puestos ambulantes debían estar prohibidos, la estética de las pañoletas debía guardar unas normas estéticas, los caballistas no podían ir vestidos de cualquier manera, etcétera. Y salió muy bien. La ciudad cuidó de su Feria, como ahora no hace con el centro frente un modelo de turismo depredador. Tragamos con modificaciones absolutamente inaceptables. Nos van imponiendo hábitos ajenos a la idiosincrasia de una ciudad que siempre ha estado abierta a novedades, pero nunca tan invadida ni cediendo tanto terreno.

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