La rebelión de las masas

En la hermandad hay que partir de la base de que todos los hermanos, también el hermano mayor, además de su criterio y su formación, está influido o condicionado por las circunstancias que le rodean

Un impuesto revolucionario en las hermandades

La masa (bulla) tras las vallas de la carrera oficial.
La masa (bulla) tras las vallas de la carrera oficial. / D. S.

10 de septiembre 2025 - 11:16

Las últimas semanas han sido movidas en lo político, ¿cuál no lo es? Las noticias se van atropellando, el Congreso parece un combate de artes marciales mixtas en el que todos quieren emular a Topuria y llega un momento en el que la capacidad de asombro se pierde y con ella los principios más elementales de convivencia.

Lo más cómodo para los políticos es minimizar en sus discursos la carga ideológica, siempre más compleja, y dirigirlos hacia los sentimientos, con eslóganes prefabricados dirigidos al corazón, sin considerar que cuando los mensajes se dirigen al corazón y no a la cabeza se termina con el corazón atrofiado y la cabeza vacía.

En La Rebelión de las masas, tan citado como poco leído, Ortega y Gasset explica que el “hombre masa” es quien renuncia a su individualidad, se diluye en la masa y busca la comodidad e igualdad absolutas. Como oveja de un rebaño que camina lana contra lana y la cabeza caída, sin saber hacia dónde va, simplemente hacia donde diga el pastor, sin tener que pensar ni decidir nada, abdicando de su criterio.

El hombre masa desdeña el debate de ideas, porque no le interesa o porque no llega, y prefiere quedarse en la comodidad de lo conocido. Que le digan lo que tiene que pensar, lo que tiene que hacer, renunciando a la excelencia, a la originalidad y a su libertad, que no se atreve a ejercer.

Masa es quien no se valora a sí mismo como alguien individual, sino que tiende a la mimetización con su entorno, y disfruta creyendo que eso es libertad. Esas masas son lo opuesto a las minorías creativas a las que aludía Benedicto XVI.

Pero eso no va así: cada uno tiene su capacidad, su formación sus opiniones, y también depende de circunstancias familiares, sociales u otras que le influyen y van conformando su yo. En la hermandad hay que partir de la base de que todos los hermanos, también el hermano mayor, además de su criterio y su formación, está influido o condicionado por las circunstancias que le rodean.

Parece obvia la responsabilidad que tiene cada uno de seguir su criterio, el de su conciencia bien formada. No se trata de ir a favor o a contracorriente simplemente por seguir a la mayoría o destacarse llevando la contraria, sino de elaborar, con fundamento, criterios propios, y actuar conforme a ellos.

Misión de las hermandades es ayudar a los hermanos a salir de la masa y que sean capaces de destilar criterios claros y ajustados a la doctrina de la Iglesia Católica que les ayuden a ellos y a su entorno.

Es complicado. En ocasiones al que destaca se le rechaza, porque pone de manifiesto las propias debilidades, lo que le lleva a interpretar como agresión cualquier opinión que no se ajuste a sus cánones, entendiendo las hermandades como algo subjetivo basado en la experiencia personal, con frecuencia poco reflexionada y mal digerida. Esto no es de ahora, Newman, Tomás Moro o Santa Teresa son ejemplos de personas que siguieron su propio criterio, insisto bien formado, y tuvieron que asumir los costes de esa decisión

Siempre, entre la masa, surge algún resentido que se siente constantemente defraudado y no encuentra otro modo de justificar su malestar que achacarlo a la hostilidad ambiental, tratando de devolver a la sociedad, en este caso a la hermandad y su hermano mayor como cabeza visible, la hostilidad que, supuestamente, ésta le había dedicado.

Liderar a los hermanos, espiritual e intelectualmente, sacando lo mejor de cada uno de ellos, tratándolos como adultos, no es lo mismo que conducir un rebaño, invitándole a secundar las actividades propuestas. Esas son las alternativas que se ofrecen a las hermandades hoy.

Los listos prevén; los tontos constatan. El tonto moderno, o “tonto de capirote”, busca afirmarse en medio de la nada que él mismo ha generado, para acabar constatando que ha estado dando vueltas en redondo, sin avanzar.

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