Esa mujer parecía saberlo: que bienes tan cotidianos como el pan y el vino encierran una insospechada trascendencia.

Uno abre una página de Luis Rosales y tiene de golpe -por si lo había olvidado- la conciencia de un alma.

La amistad nos otorga una nueva medida del mundo. Ante el afecto, por ejemplo, no importa la geografía.

Hemos mirado con admiración a quienes tienen carácter, pero deberíamos reclamar ese lugar para los mansos.

Simón Partal indaga en el rastro sagrado que esconde la belleza. Un hombre sale de un río, y está hablando con Dios.

Tiempo más tarde supo que en ese mismo colegio hubo otros estudiantes que hicieron ese recorrido callado, tortuoso.

No hay que mirar las fotos para sentir que fuiste, también en esta ciudad, un compañero de viaje atento y generoso.

Los callados, los tímidos, sabemos el valor de cada palabra que pronunciamos, de su condición sagrada.

A menudo, convencidos de que sólo lo exótico y lo inusual posee valor, se nos escapa la grandeza de lo que vivimos.

Tener educación es simplemente tener el civismo de valorar y agradecer el trabajo que hacen los demás.